El legado de María Elena Walsh y Sara Facio ingresó en la Caja de las Letras del Cervantes
En el corazón de Madrid, la bóveda que guarda la Caja de las Letras del Instituto Cervantes volvió a abrir sus puertas para ...
En el corazón de Madrid, la bóveda que guarda la Caja de las Letras del Instituto Cervantes volvió a abrir sus puertas para recibir el legado de dos figuras centrales de la cultura argentina: María Elena Walsh y Sara Facio. El espacio, que alguna vez fue la cámara acorazada de un banco y hoy funciona como un panteón simbólico de la lengua española, guarda desde hace años objetos personales y obras de escritores, artistas e intelectuales de ambos lados del Atlántico. A la “familia” de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, entre otros, ahora se suman la voz de Walsh y la mirada de Facio.
La ceremonia estuvo dividida en dos partes. La primera se desarrolló en la bóveda a la que pudo acceder en exclusiva LA NACION, ayer, donde se depositaron los objetos elegidos por la Fundación Walsh-Facio, con la presencia de Gabriela Ricardes, ministra de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires; Carmen Noguero, secretaria general del Instituto Cervantes; y Graciela García Romero, presidenta de la Fundación Walsh Facio.
“Nuestra convicción es que la lengua y la cultura son las riquezas más valiosas de una sociedad”, dijo Noguero en la apertura. “Transformar un espacio destinado a custodiar dinero en un lugar donde se guarda la memoria cultural es un motivo de alegría, y más aún al sumar a Walsh y a Facio, dos creadoras cuya trascendencia desbordó pronto las fronteras de su país”.
García Romero fue la encargada de detallar el contenido del legado, un inventario que revela el diálogo entre vida y obra. De Facio, se incluyeron las fotografías emblemáticas de Borges, Cortázar y Walsh, además de retratos de escritores latinoamericanos que recibieron el Nobel de Literatura. “Sara se sentía especialmente orgullosa de haberlos fotografiado antes de que recibieran ese reconocimiento. Tenía esa intuición, esa capacidad de ver al escritor cuando todavía era solo un hombre o una mujer en su mesa de trabajo”, contó. También se sumaron textos que muestran su pasión por difundir la fotografía argentina y su trabajo pionero en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde logró que fuera reconocida como un arte mayor y no como un oficio secundario.
De Walsh, en tanto, se depositaron primeras ediciones de su obra poética, un facsimilar de Como la cigarra, un pendrive con grabaciones de su voz en Cuentopos y una entrevista en la que recibió a las Abuelas de Plaza de Mayo en 1984 en su programa “La cigarra”, la primera vez que aparecieron en televisión. “Ese programa fue un gesto enorme de María Elena, que puso en pantalla a las Abuelas cuando todavía no se las escuchaba en otros espacios públicos. Fue un acto de ética y de valentía, como toda su obra”, subrayó García Romero. Además, se sumó una de las célebres “Manuelitas” de malaquita, que la escritora había guardado entre las decenas de regalos que recibía. “Esa Manuelita estaba en su casa, era parte de su vida cotidiana. Que hoy esté acá significa que también se guarda un pedazo de su intimidad, de lo que ella atesoraba. Lo que dejamos en la caja no son solo objetos: es un pedazo de nuestra historia, de nuestra formación, de nuestro ADN”, concluyó.
Para Ricardes, el acto tuvo un sentido colectivo: “Hoy no guardamos solamente el legado de estas maravillosas mujeres, sino también un pedazo de nosotros mismos, de la sociedad argentina y de lo que cada uno somos gracias a María Elena y a Sara”.
Tras ese momento solemne, la celebración continuó en un salón del Instituto Cervantes con charlas y música. Allí, García Romero dialogó con el periodista Maximiliano Legnani sobre la vigencia de las dos creadoras. “María Elena no era una pluma, era un sistema, una totalidad”, señaló. “Tenía un conocimiento musical y lingüístico inmenso, podía usar cualquier género y lo hacía con naturalidad. Amaba la palabra y la rima, era su especialidad de la casa. Y lo que decía en su literatura lo llevaba también a su vida privada: era íntegra, no hay nada de lo que pudiera arrepentirse. Encontramos en sus archivos cartas y gestos que muestran cómo becaba o ayudaba a otros en silencio, sin contarlo siquiera a Sara. Esa coherencia entre obra y vida es lo que la hace tan potente”.
Sobre Facio, resaltó la dimensión democratizadora de su mirada: “Con Buenos Aires, Buenos Aires se anticipó a la oleada democrática de los años 60. Se animó a retratar tanto a Borges como a la violetera de la calle Florida, al botero del Riachuelo o al fotógrafo del puerto. Para ella todos formaban parte de la misma ciudad, de un mismo patrimonio cultural. Es imposible reconstruir la imagen de Buenos Aires sin las fotos de Sara. Y al mismo tiempo, algunas de sus imágenes son ya tan clásicas —como la de Cortázar con el cigarrillo— que se olvidan de poner el crédito. Pero detrás de cada foto estaba su ojo, su mirada personal. Esa obra inmensa merece ser revisitada y puesta en valor una y otra vez”.
Uno de los pasajes más emotivos fue cuando se refirió a la relación entre Walsh y Facio: “En general hablo de ellas por separado, porque cada una tiene un valor enorme por sí misma. Pero hoy quiero resaltar también el vínculo amoroso que tuvieron. Para nuestra sociedad fue una semilla. Con ese amor hicieron también gestión cultural, una obra cultural en sí misma, planteada desde la ética y la libertad. Creo que sembraron en las generaciones que vinieron después una forma distinta de entender la vida”.
La cantante Rosa León aportó su testimonio personal y recordó cómo Walsh la convenció en una cena de cantar para niños y la acompañó en sus primeros años de carrera. “Yo jamás me había planteado dedicarme a la música infantil. Pero María Elena me convenció en una cena, con esa mezcla de ternura y firmeza que tenía. Salí de allí diciendo: ‘¿Dónde hay que firmar?’. Ella me cambió la manera de entender la música y también la vida. Para mí fue más que un ícono: fue un referente moral en la Argentina”, aseguró. León también evocó a Sara, que retrató a sus hijos pequeños en uno de sus viajes a España, y leyó un fragmento de Endecha española, una de las composiciones menos difundidas de Walsh.
La ceremonia cerró con la música de Sandra Mihanovich, que interpretó algunas de las canciones más entrañables de Walsh, como Sin señal de adiós, Serenata para la tierra de uno y Como la cigarra. El momento final llegó con Manuelita, cantada por todos los presentes mientras en el escenario aparecían los personajes creados por Walsh y se proyectaban imágenes de la escritora en la pantalla. Entre aplausos y emoción, la voz colectiva resonó como confirmación de lo que las cajas fuertes acababan de sellar: que la obra de Walsh y Facio es, al mismo tiempo, memoria, presente y patrimonio cultural.