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¿Por qué amamos la vida?

La reciente exitosa expedición al lecho marino del Atlántico Sur, llevada a cabo por investigadores del Conicet y de universidades nacionales (La Plata, Córdoba y Mar del Plata), en conjunto con...

La reciente exitosa expedición al lecho marino del Atlántico Sur, llevada a cabo por investigadores del Conicet y de universidades nacionales (La Plata, Córdoba y Mar del Plata), en conjunto con el Schmidt Ocean Institute, generó una atracción masiva de público. La transmisión por internet alcanzó cerca de 18 millones de visualizaciones y puso a la ciencia argentina, al Conicet y a las universidades nacionales, en el centro del interés público. En este caso, ese interés resulta del deslumbramiento que los humanos tenemos por la biodiversidad. Este sentimiento nace con nosotros y es parte de la herencia evolutiva que llevamos en nuestros genes.

En la década de 1960 el psicoanalista alemán Erich Fromm (1900-1980) creó la palabra “biofilia” y la definió como el amor a la vida y a todo lo vivo. Según Fromm, ese amor es una fuerza positiva que fomenta la creatividad y la salud mental. En la década de 1980, el biólogo Edward O. Wilson (1929-2021) publicó la hipótesis de la biofilia, que explica la necesidad biológica innata de los seres humanos de relacionarse con la vida y los procesos naturales. Para Wilson, la necesidad humana de la biodiversidad está vinculada no solo a la explotación material del medio ambiente, sino también a la influencia que ella tiene en nuestro bienestar emocional, estético, cognitivo e incluso espiritual. Para Wilson, la biofilia es un carácter adaptativo que el Homo sapiens desarrolló como un recurso indispensable para su supervivencia.

La biodiversidad brindaba a nuestros ancestros (y nos brinda a nosotros) alimentos, medicinas, refugio y materias primas, y cumplía una función esencial en la salud mental y emocional. Sabemos hoy día que, además, la biodiversidad proveía (y nos provee) servicios ecosistémicos, como la protección y regulación de las cuencas hídricas, filtraje de sedimentos, protección del suelo, fijación de nutrientes y protección del aire, generando oxígeno y fijando carbono. Por otro lado, la humanidad está hermanada con el resto de los seres vivos, ya que compartimos el extraordinario momento del origen de la vida. Hermandad que está probada por la presencia –en todos los seres vivos– de los ácidos nucleicos, el código genético y las proteínas consistentes en L-isómeros de aminoácidos.

El mal de nuestro tiempo, la codicia –el afán desmedido de obtener beneficios económicos, poder o prestigio– ensombrece a la biofilia y genera una extinción masiva de especies. Extinción causada principalmente por la pérdida del entorno natural de numerosas especies, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación del agua, del suelo y de la atmósfera y el cambio climático. La extinción o desaparición definitiva de una especie es un fenómeno natural que ocurre y ha ocurrido con frecuencia en la historia de la vida. Pero en esa historia, se han registrado además cinco episodios de extinciones masivas; en el último de ellos –hace 65 millones de años– desaparecieron, entre otras muchas especies, los dinosaurios.

Esta extinción actual es considerada la sexta extinción masiva en la historia de la vida. Esta pérdida tendrá implicancias futuras negativas sin precedentes para la especie humana. La expedición al Atlántico Sur es un paso adelante en el esfuerzo por evitar esa catástrofe. Jorge Luis Borges evocó, con la belleza que lo caracterizaba, nuestra hermandad innata con el resto de los seres vivos: “A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto; ve jaguares, buitres, bisontes y, lo que es más extraño, jirafas. Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo u horrorizarlo, le gusta. Le gusta tanto que ir al jardín zoológico es una diversión infantil ¿Cómo explicar este hecho común y a la vez misterioso?”. Y se responde Borges: “ el niño mira sin horror a los tigres porque no ignora que él es los tigres y los tigres son él o, mejor dicho, que los tigres y él son de una misma esencia”.

Profesor emérito de la Universidad Nacional de La Plata; académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria; académico correspondiente de la Academia Nacional de Ciencias

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/por-que-amamos-la-vida-nid29082025/

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