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Sheila Cremaschi: “De todos los públicos, el que más me preocupa es el de los jóvenes”

MADRID.— “La vida es un puzzle. Las circunstancias que has vivido, aquellas que no sabes por qué ni para qué, las dolorosas, las alegres, todas ellas encajan en algún momento”, dice ...

MADRID.— “La vida es un puzzle. Las circunstancias que has vivido, aquellas que no sabes por qué ni para qué, las dolorosas, las alegres, todas ellas encajan en algún momento”, dice Sheila Cremaschi, la gestora cultural más prestigiosa de España, una argentina radicada hace 25 años en Madrid. La cita es a las 19.30 en un restaurante ubicado a pocos metros del Museo del Prado. Su extensa jornada laboral aún adeuda varias horas de trabajo. Sus colaboradores admiten que es infatigable, que trabaja de lunes a lunes, todos los días del año.

Condecorada por la reina Isabel II de Inglaterra con la Orden del Imperio Británico, por el rey de España, con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica, y por el gobierno de Italia, con la Orden Caballero de la Estrella, es también merecedora del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades a través del galardón que recibió el Hay Festival, cuyas dos ediciones en España dirige, la de Segovia y la de Sevilla. Cremaschi es una embajadora permanente de la creatividad y de la cultura argentina más allá del Atlántico.

El Hay Festival es un evento sin fines de lucro cuya sede principal se encuentra en un pueblo de Gales, Hay-on-Wye, y se ha expandido por el mundo con sus distintas ediciones. En España, un país donde se computan más de 200 eventos literarios de esta especie, el que dirige Cremaschi desde hace 20 años es el más prestigioso. Es el cerebro, las vísceras, las piernas y la risa de este evento al que todos los escritores y profesionales del mundo editorial desean ser convocados. Además, Cremaschi es una de las mujeres latinas más influyentes de España, según la revista Forbes.

Su abuela italiana tenía fascinación por la ópera y cuando la pequeña Sheila cumplió 12 años la llevó a Milán para disfrutar de estas representaciones. Como Emma Bovary, la ópera que capturó para siempre a Cremaschi fue Lucia di Lammermoor.

“Todavía sueño con ella ensangrentada en el escenario y los trajes escoceses”, destaca. Pero el destino favorito de su abuela no era Milán, sino Viena, poblada de cafés que oficiaban como espacios de tertulia intelectual y de ebullición artística, y allí viajarían en reiteradas ocasiones. “Fue allí donde me enamoré de la cultura centroeuropea”, narra.

Esta pasión la conduciría a fundar y dirigir durante una década en Buenos Aires el mítico Café Mozart, inspirado en estos templos de música y debate. Incluso dirigiría el Hay Festival en su edición de Budapest. Ciudadana del mundo, cosmopolita, dialoga a diario con reyes y bohemias, escritores y periodistas, políticos y lectores.

–¿Qué le ha aportado su experiencia como gestora cultural en la Argentina a la dirección de festivales en Europa?

–Considero que la experiencia de Buenos Aires me moldeó como la gestora cultural internacional que soy. No hay duda. Fue aquello que llaman la Escuela de los hard knocks . Tuve al frente de Café Mozart que enfrentarme a la inflación, a las crisis económicas, a la inseguridad. Luego tuve que mudar el Café a otro espacio, me pasó de todo.

–¿Cómo hace para leer a los diferente públicos, comprender sus intereses e incluso anticiparlos a la hora de programar cada edición?

–Primero, si tengo una intuición confío en ella. No sé de dónde sale, no sé si quizá proviene de todo lo que he visto en teatro desde que era niña. Segundo, leo todos los periódicos del mundo. Tengo mucha información mezclada en la cabeza. Y, tercero, tengo la lucidez para preguntar a la gente que sabe. En Buenos Aires mis grandes asesores, a quienes iba a consultar antes de cada proyecto, eran Ernesto Schoo, Daniel Suárez Marzal y Tomás Tichauer, de la Camerata Bariloche. Ese es el esquema que aprendí en Buenos Aires, porque cuando regresé de Londres era también extranjera. He intentado aplicarlo aquí: preguntar con mucha humildad a los que saben, confiar en mi intuición y correr riesgos.

–¿Cuáles son estos riegos que toma?

–A veces pienso: “Esto va a funcionar”, pero, ¿quién me asegura que realmente ocurrirá lo que yo deseo? Steven Spielberg dice: “Si los directores de cine supiéramos que una película va a tener éxito, seríamos todos millonarios”. También hablo mucho con los libreros, y me guío mucho de lo que me cuentan sobre los lectores y las tendencias. Los gustos van cambiando, es interesante, no siempre son los mismos.

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–Esto implica, imagino, invitar a autores no tan conocidos al Festival, apostar por ellos.

–Así es. A veces son inaccesibles para América Latina, por ejemplo, porque hay muchos autores que todavía tienen prejuicios para viajar allí, porque tienen miedo y no conocen el continente. Aquí hay un problema que tengo a la hora de programar: quizá viene un artista internacional famosísimo en su país, pero en España los conoce una mínima élite, y vienen con la expectativa de llenar estadios, como lo hacen en sus países. Es allí donde debes prepararlos para que se presenten en un espacio con menos aforo. Mi marido me dice en broma que yo hago de sostén psicológico de los autores porque los preparo para el éxito o para una convocatoria no tan abrumadora.

–¿Cómo le explicaría a quien no ha participado de una edición del Hay Festival en qué consiste un evento de esta envergadura?

–Es puro espectáculo. Es un fiesta en su sentido más profundo. Es una reunión entre personas diversas donde hay cierto riesgo porque busco opuestos, no quiero que todos piensen igual, sino distintas miradas sobre el mundo.

–El público argentino es diferente al español, incluso dentro de España hay diferencias en los gustos y consumos culturales. ¿Cuál es el público al que le dedica más atención en la actualidad?

–De todos los públicos, el que más me preocupa es el de los jóvenes. Este año lanzo un proyecto que deseo de corazón que funcione: la idea es que los estudiantes universitarios participen de los eventos, estudiantes de todas las nacionalidades. En uno de ellos, Josep Borrell, ex alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, dialogará con ellos.

–Vivimos en épocas de grietas sociales ocasionadas por los relatos y discursos políticos. La era de la revancha, tal como la llama Andrea Rizzi, uno de los invitados de esta edición. ¿De qué modo afecta este escenario a la programación del festival?

–Es difícil programar hoy en épocas de grietas. Creo que la grieta es muy latinoamericana y da la impresión de que es insalvable. En Europa también existe, pero de lo que se habla también es de derribar muros. Pareciera que aquí la concepción de la polaridad se refiere más la construcción de un muro que hay que derrumbar.

–En la edición de 2024 del Hay Segovia se derribó de modo simbólico un muro y también hubo una instalación en la Plaza Mayor de la ciudad, donde cada transeúnte era invitado a llevarse un ladrillo de madera que contenía una frase de algún artista o pensador.

–Sí, exactamente. Yo creo todavía que existe la posibilidad de derrumbar esos muros y en la desaparición de las fronteras. Estoy absolutamente convencida de que se sale de cualquier conflicto con diálogo, pero si no se habla, no se sale jamás del conflicto. Hoy el mayor daño lo están haciendo los políticos, que no reconocen al otro.

–Precisamente invitó al Hay Festival a A.C. Grayling, el filósofo inglés que presenta su ensayo sobre la cancelación, Discriminations: Making Peace in the Culture Wars.

–Hoy se te exige posicionarte políticamente y hay algo muy complejo en medio de estas guerras culturales que vivimos: no ubicarte en ninguna trinchera. Mi búsqueda, un poco como ocurría en el ágora romana, es otra: “Vamos a debatir, vamos a dialogar”. Hablo con personas de todas las ideologías, de distintas dimensiones de la expresión artística e intelectual. Quiero buscar y quiero juntar el talento. Trabajo para no tener prejuicios. Y cuando veo que tiendo hacia una mirada, me reto a mí misma, pienso si me falta información para comprender algo y la busco, para no encerrarme en una postura.

–Europa atraviesa un momento complejo: la crisis migratoria, el ascenso de los radicalismos, la intolerancia, los discursos de odio, etc. Podría haber elegido un programa diferente, sin embargo, apuesta por grandes referentes del pensamiento europeo contemporáneo.

–Europa hoy está en crisis, vive una crisis de valores. Creo que lo mejor que ha ocurrido en estos días es un cambio de política en el Reino Unido, quien ha decidido acercarse a la Unión Europea. Este cambio merece ser destacado y agradecido. Hoy la Unión Europea necesita estar fuerte y unida, porque, de lo contario, se va a volver irrelevante. Me preocupa el eje que se está formando y que es obvio entre China, India y Rusia. Ojalá desde el Festival Hay se pueda crear un espacio para fortalecer esos valores democráticos.

–Desde la Argentina pareciera que todo en Europa es más sencillo, pero hay complicaciones de todo tipo, sobre todo a la hora de encontrar financiación. ¿Cómo logra resolver este conflicto?

–Cuando empecé en el Hay Festival, España era rica y llegué con el proyecto de un festival muy novedoso, muy famoso en Reino Unido. Todo encajó perfecto. O sea, fue, como dicen, estar en el lugar correcto en el tiempo correcto. Después vino la crisis económica. El dinero que hay hoy para la cultura es menos del que había hace 22 años. Hoy muchos festivales se copian del Hay. Para conseguir el dinero, tienes que conseguir convencer, tienes que convencer a la gente de que tu proyecto es bueno. Y aquí tu palabra es fundamental: lo que digo, lo cumplo. Hoy no es honorable decir la verdad, no interesa tanto. Creo que esto tiene que ver con las redes, con el discurso de los políticos. Tampoco en el presente es importante ser un intelectual, una figura indispensable en nuestras sociedades que está siendo reemplazada por el influencer.

–Tampoco es sencillo ser extranjera en España. Se paga muy caro el derecho de piso. ¿Siente que se la evalúa o exige más de lo que a otros gestores culturales?

–No ha sido sencillo (risas). Sí, sin lugar a dudas.

–¿En qué ha cambiado el público, si es que ha cambiado, desde la primera edición a este presente? ¿Es más exigente? ¿Se distrae de modo más sencillo? ¿Cómo logra generar nuevos públicos con cada edición?

–Cuando empezamos, éramos algo nuevo y entonces recibíamos un público muy general, muy curioso. Luego se fue creando como una mística de que la gente que venía al Hay podía estar cerca de los autores, podía conversar con ellos. Empezaron a surgir los seguidores del festival.

El próximo jueves comenzará la edición de la 20º Edición del Hay Festival Segovia, un evento que se extenderá hasta el domingo por la tarde, con la presencia del autor cubano Leonardo Padura. En este encuentro, Mariana Enríquez, Javier Cercas, Juan Gabriel Vázquez, Marcelo Rubens Paiva, Dolores Redondo, María Dueñas, David Uclés y Daniel Rieff, entre otros autores, se darán cita en Segovia, pero serán los principales filósofos y analistas políticos de Europa invitados quienes busquen reflexionar sobre la situación crítica que vive el continente.

Dueña de un acento indescifrable, que combina el mendocino, el inglés y el madrileño, esta licenciada en Historia por la Universidad de Cuyo vivió tres años en Londres antes de regresar a la Argentina, donde se dedicó a la gestión cultural.

En el Café Mozart, el mismísimo Ástor Piazzolla escuchó por primera vez el cuarteto que había compuesto para Mstislav Rostropóvich. En 2001, se radicó junto con su marido, el abogado Beltrán Gambier, en España. Cuando se cumplieron 200 años de la Revolución Francesa, Cremaschi trabajó para la Embajada de Francia en los actos de homenaje y su memorable labor dejó una huella entre quienes la vieron desempeñarse.

Fue un grupo de gestores culturales franceses quienes la recomendaron a la casa matriz del Hay Festival, en Gales, para que explorara la posibilidad de realizar este evento en España. Cremaschi recorrió el territorio español y sus ayuntamientos, habló con las autoridades políticas y patrocinadores en un proceso que demandó dos años. Luego creó una red de contactos con autores y editoriales para dar luz a este evento que no cesa de crecer.

Desde hace dos décadas, los medios de España y de Europa viajan y miran hacia este encuentro que se celebra a fines del verano en Segovia, la ciudad castellana custodiada por el imponente acueducto romano del siglo II, y desde hace tres años, a Sevilla, en el encuentro de otoño que suma cada vez más sedes y crece a pasos agigantados . Desde allí surgen ideas y debates que tienen una alta repercusión académica y en la opinión pública.

Además de acudir al Hay Festival ganadores del Premio Nobel, Cervantes, bestsellers y artistas de culto, durante la pandemia, en septiembre de 2020, Cremaschi decidió continuar con el encuentro. Diseñó medidas que adoptó al festival para evitar su suspensión y que fueron luego elogiadas por las autoridades sanitarias.

–Era muy joven cuando, a fines de los setenta, se mudó a Londres, donde vivió tres años. No era tan común en esa época. ¿Cuál era su sueño o búsqueda?

–No había terminado la tesis de la universidad y quería ir unos años a estudiar inglés. Hice un par de cursos de drama en la Universidad Central de Londres. Después me di cuenta de que ese curso fue el que más me ha servido en la vida, porque cuando empecé a trabajar en distintos teatros, nunca como actriz profesional, estaba todo el tiempo interpretando, dando entrevistas, convenciendo a gente y contando historias.

–¿Qué autores interpretaba en aquel curso? ¿Quizá algún clásico o a William Shakespeare?

–J.B. Priestly y George Bernard Shaw, entre otros. Al final del año se hacía una obrita entre los compañeros. El profesor era espectacular, un ser maravilloso. Un día me llama y me dice: “¿Usted sabe que nunca va a poder hacer Shakespeare? Usted va a poder ocupar los papeles de los extranjeros en las obras de Shakespeare, porque el acento inglés tiene que ser puro”. Él confiaba en mí, decía que tenía muy buenas dotes de actriz.

–¿Cómo fue regresar en 1982 de un Londres efervescente a Buenos Aires, donde la democracia aún no había regresado?

–Estaba muy desubicada. Mi primer golpe con la realidad fue cuando llegué al departamento que había alquilado, desde Londres, en Avenida del Libertador y Esmeralda. Parecía muy atractivo desde la distancia y la descripción, pero cuando llego descubro que no tenía ni luz ni gas. Es decir, apenas llegué salí a conseguir velas. Volví en 1982 a visitar a mi familia y ahí justo estalla la Guerra de Malvinas. Inmediatamente cambiaron todos mis planes. No quería regresar. Había dejado toda la ropa en Londres, así que le pedí a mis amigos que la donaran a Oxfam y Save the Children. En Buenos Aires no tenía más excusas para terminar la tesis y me gradué.

–¿Cómo nace la idea de crear el Café Mozart en octubre de 1983?

–De un entusiasmo juvenil. Al principio éramos un montón de interesados en crear ese espacio, entre ellos austríacos y suizos. Luego, cuando hubo que invertir, la gente se fue yendo. Café Mozart, que fue una experiencia extraordinaria, donde aprendí todo, todo, y me pasaron las cosas más maravillosas y más horribles del mundo. Allí aprendí a trabajar sin dinero, con entusiasmo y pasión, a crear sinergias.

–¿Me podría contar una experiencia maravillosa?

–Programamos piezas de Mozart y Salieri con violinistas de la Academy of St Martin in the Fields. Hacía poco se había estrenado la película de Milos Forman, Amadeus (1985). Programamos diez funciones en los horarios más absurdos, incluso algunas al mediodía, y se agotaron las localidades en 24 horas. Peter Thomas, uno de sus miembros de esa orquesta, había ido a arreglarse los dientes a Buenos Aires, y había que coordinar las funciones en el Café Mozart con los turnos que le brindaba el odontólogo. Nos amoldamos a su agenda y valió la pena.

–En todas las ediciones que realiza siempre hay una presencia o una mirada latinoamericana o sobre América Latina, algo poco frecuente en los demás festivales europeos, donde se suele subestimar a estos artistas.

–Siempre quiero que esté presente América Latina. Allí se está dando a luz, hay sangre nueva. Creo que en la música es donde se nota hoy más, como en el trap.

–Desde la primera edición del festival a esta próxima edición, imagino que tendrá algunas máximas o reglas inquebrantables sobre la base de su experiencia a la hora de diseñar un nuevo encuentro. ¿Cuáles son estas reglas o máximas?

–La primera regla es cumplir con lo que se promete. Siempre. La segunda regla es tratar de que lo que se promete se pueda hacer con los que recursos que tengo. Es aquí donde más fallo, porque el dinero del cual dispongo siempre lo quiero emplear en el programa, y entonces después me quedo sin ayudantes o asistentes. Con unos recursos humanos limitados y con unos recursos económicos limitados hacemos muchísimo y es un festival enorme. Hay mucha magia en lo que hago y a veces no sé cómo explicarlo a los demás.

–Imagino que debe lidiar con egos de artistas, pedidos rocambolescos de editoriales…

–A mí me llaman todo el tiempo para pedirme las cosas más absurdas.

–¿Alguna que se pueda contar?

–Bueno, quizá alguien que quiere quedarse más días, o hablar en otro idioma al que hemos indicado en el programa, que el cartel que lo anuncia a fulanito no es lo suficientemente grande, o alguien cambia de parecer en el texto de presentación donde se resume su trayectoria, aunque hayan sido ellos mismos quienes lo enviaron.

–Le habrán ofrecido muchas veces gestionar en el sector público. Los gobiernos y diferentes líderes la han premiado por su valiosa gestión. ¿Trabajaría en algún organismo oficial?

–En la Argentina trabajé para el sector público, en cierta manera, cuando hacia la prensa en el Teatro Nacional Cervantes. Sí, me han ofrecido trabajar aquí en el sector público, pero yo estoy feliz donde estoy.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/sheila-cremaschi-de-todos-los-publicos-el-que-mas-me-preocupa-es-el-de-los-jovenes-nid07092025/

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