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Belén: cuando una tarea nada sencilla es ejecutada con inteligencia, sin concesiones y apelando a recursos del cine político

Belén (Argentina/2025). Dirección: Dolores Fonzi. Guion: Dolores Fonzi, Laura Paredes, Agustina San Martín, Nicolás Britos (basado en el libro de Ana Correa). Fotografía: Javier Juliá. Edici...

Belén (Argentina/2025). Dirección: Dolores Fonzi. Guion: Dolores Fonzi, Laura Paredes, Agustina San Martín, Nicolás Britos (basado en el libro de Ana Correa). Fotografía: Javier Juliá. Edición: Andrés Pepe Estrada. Elenco: Dolores Fonzi, Camila Pláate, Laura Paredes, Julieta Cardinali, Sergio Prina, César Troncoso, Luis Machín, Lili Juárez. Calificación: No disponible. Distribuidora: Digicine. Duración: 105 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

En su segunda película como directora, Dolores Fonzi no elige un camino fácil. Llevar a la pantalla un acontecimiento complejo y espinoso como fue el caso “Belén”, que sacudió a la opinión pública de Tucumán, escaló a nivel nacional en la prensa, impulsó el movimiento feminista “Ni una Menos”, y terminó siendo decisivo para la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, no era tarea sencilla. Menos en una coyuntura que cambió desde aquel momento, y con un lenguaje como el cinematográfico que a menudo exige ceder a estrategias discursivas contrarias a la complejidad. No importa, Fonzi se pone delante y detrás de cámara, elige una mirada nada concesiva pero tampoco solemne, utiliza con inteligencia recursos del cine político, y esquiva la tentación de convertirse en instrumento voluntario de una disputa que hoy la excede.

Belén toma el título de una ficción, la que elaboró la abogada Soledad Deza para preservar la integridad de su cliente en un clima provincial adverso. Y es la ficción de Fonzi, inspirada en la investigación periodística de Ana Correa, y escrita en colaboración con Laura Paredes, la que elige ese camino para llegar a la verdad.

Todo comienza una noche de marzo de 2014, cuando Julieta (Camila Pláate) ingresa en un hospital de San Miguel de Tucumán con severos dolores abdominales. Acompañada por su madre, es derivada a la guardia, pide ir al baño, y tras unos minutos de sangrado y sudoración, es destinada a ginecología para un legrado de urgencia. Mientras se encuentra en el quirófano irrumpe la policía, la acusa de haberse practicado un aborto, y la esposa a la camilla, todavía con las piernas abiertas y ensangrentada. El fundido a negro nos despega de ese horror y nos conduce dos años después, con Julieta tras las rejas.

Todas las decisiones de Fonzi en esa primera escena marcan el pulso de su película. La cámara sobre el hombro del personaje, la estructura laberíntica del hospital, el peso de lo que no se ve, el corte justo en el montaje para eludir golpes bajos y sensacionalismo. La elipsis nos deposita en lo que será el corazón de la historia y el punto de vista de la narración: Soledad Deza (interpretada por la propia Fonzi, que usa su presencia actoral como enclave complejo de identificación) es una abogada dedicada a la defensa de mujeres, que llega por casualidad al caso, asiste al dictado de la sentencia de la acusada-ocho años por homicidio agravado por el vínculo- y decide asumir su defensa. Su tarea no es solitaria, sino que es realizada junto a su socia (interpretada por Paredes) y un grupo de mujeres que asume la forma de un colectivo, en espejo con lo que será luego el diseño del movimiento feminista de esos años.

Lo que viene quizás responde a las recientes estrategias de la ficción para convertir la compleja materia de la realidad -casos policiales, personajes políticos, hechos decisivos de la vida pública- en una historia de ficción, con su fluir narrativo, sus puntos de giro, sus necesarias sorpresas y justa emoción. La comparación con Argentina 1985 puede ser una posible clave de interpretación, pero Fonzi debe lidiar con la cercanía histórica, con un consenso más esquivo respecto a la importancia del hecho, y además, debe pisar en un terreno reflexivo cada vez más cooptado por chicanas y provocaciones antes que por una verdadera vocación de pensar a las ficciones como representaciones -nunca exentas de conflicto- de las ansiedades y los miedos que nos ha dejado el pasado y con los que el arte nos ayuda a convivir.

Belén tiene humor, afirma con solvencia su desarrollo narrativo, esquiva los maniqueísmos a la hora de presentar las contradicciones -la forma en la que aparecen las amenazas a Deza es el mejor síntoma de esa elección-, y se entusiasma -quizás un poco demasiado- hacia el final con una épica que es leída a la distancia como clave para los logros posteriores. Belén, ya en el gesto de sustitución del nombre original por uno que condense todas las aristas de esa representación, es un símbolo colectivo antes que un nombre propio, una idea encarnada en el cuerpo de la Historia. Por ello el personaje de Camila Pláate elude inteligentemente el psicologismo, la definición de carácter, o el costumbrismo que la harían más familiar. Sus pesadillas en la cárcel no son solo las propias, son las de la culpa inoculada por una cultura, validada por un sistema legal y propagada por una comunidad, incluso sin plena conciencia de ello. Filmar las ideas que subyacen a los hechos visibles es lo más difícil en el cine, Fonzi ha encontrado una manera posible de hacerlo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/cine/belen-cuando-una-tarea-nada-sencilla-es-ejecutada-con-inteligencia-sin-concesiones-y-apelando-a-nid18092025/

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