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Otros habitantes del mundo: la relación de lo humano y lo no humano en la perspectiva de Bienalsur, que llegó a Roma

ROMA.- Una atípica bienal de arte contemporáneo, “global y distribuida”, se produce desde la Argentina, con su kilómetro 0 en el Hotel de los Inmigrantes, y se desarrolla durante varios mese...

ROMA.- Una atípica bienal de arte contemporáneo, “global y distribuida”, se produce desde la Argentina, con su kilómetro 0 en el Hotel de los Inmigrantes, y se desarrolla durante varios meses en todo el mundo: Buenos Aires, Montevideo, Lima, Oaxaca, Miami, París, Johanesburgo, Rabat, Holanda, Oslo, Tokio y sigue la lista. Así es Bienalsur, que con cinco ediciones cumplidas –lo que quiere decir que ya lleva una década desplegando su particular cartografía–, continúa motorizando proyectos, muestras y acciones que no solo hacen pie en instituciones centrales de todo el mundo sino que desembarcan también en espacios alternativos y lugares recónditos de la geografía, como lo es este año el museo de anatomía de la Facultad de Medicina de Nápoles o la sede del Instituto Cervantes en Shangai, China, su punto más distante en el kilómetro 19640. La expresión numérica resume que en 2025 unos 400 artistas habrán tenido presencia en 132 lugares de 82 ciudades en los 5 continentes. Cuando se grafican estas cifras sobre un planisferio aparece dibujada una gran red de conexiones y se visualiza aquello que señala la Unesco, que es el evento cultural más extenso.

“El sur no es un lugar geográfico sino una manera de pensar el arte, de cambiar la dirección de la mirada”, dejaba en claro Aníbal Jozami, director general de Bienalsur, durante la presentación del capítulo romano que se abre con la inauguración de tres exposiciones destacadas en torno de la monumental Piazza Navona. Durante la misma conferencia, además, el rector emérito de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), institución pública madre del proyecto, quiso señalar que en su derrotero intercontinental “esta bienal no recorre el mundo, lo reinventa” y resaltó además una misión: “en tiempos de fragmentación y discursos de odio, democratizar el acceso al arte y la cultura es un acto de resistencia”. A su turno, la directora artística de Bienalsur, vicerrectora de Untref y curadora, Diana Wechsler, completó esa idea disruptiva e instalada con esfuerzo y convencimiento durante la última década sobre una bienal que deconstruye el formato clásico para construir algo “nuevo, plural y polifónico” basado en el diálogo entre artistas, curadores, instituciones y comunidades.

Así, el desembarco italiano ya iniciado en Milán y Nápoles se completa esta semana con una serie de muestras simultáneas ligadas a una misma idea, la de “Invocaciones” como “llamamientos”. Ese concepto, extraído de la conferencia La Cultura y el Alma Animal del psicoanalista americano James Hillman, se refiere a la descentralización del sujeto humano y la necesidad de apelar a los otros habitantes del mundo. Curadas por Benedetta Casini, colaboradora desde la primera hora de Bienalsur -vivió ocho años en Buenos Aires y ahora se ha reinstalado en su país-, estas invocaciones se leen juntas como etapas de un recorrido que analiza la relación entre el cuerpo humano y los cuerpos no humanos: los animales, el paisaje natural, las piedras, los espíritus.

Una dimensión vegetal

En el Museo de Roma, que funciona en el Palazzo Braschi, se encuentran dos obras de sitio específico que abordan el universo vegetal. Por un lado, la italiana Chiara Bettazzi trabaja en Objetos de encuentro unas naturalezas muertas de carácter algo fantasmagórico, tanto en su instalación ambiental como en composiciones realizadas a partir de ramos de flores y objetos domésticos adquiridos en mercados (colchones, mesas, una tabla de planchar, instrumental). Si bien en esas escenas, fotografiadas en la farmacia de un antiguo convento de Florencia, no están presentes los cuerpos humanos, pareciera haber un rastro de ellos en las imágenes.

En la otra sala, la obra del argentino Matías Ercole, Vieron caer el sol, dispone en un plano inclinado a la altura del techo de la sala un paisaje selvático de más de cinco metros. Ya en un primer momento, la sola localización encima de las cabezas incita al espectador a adoptar uno o varios puntos de vista fuera del convencional. Es cierto que en Roma, donde el arte más clásico se despliega a 360°, podría no sorprender una pintura en el cielo raso, pero aquí no estamos en una de esas iglesias y sin timidez ni temor a la excentricidad se puede participar de la inmersión, más que agachados, recostados en el suelo (para eso se disponen sobre la alfombra un par de almohadones). Entonces se advierte un gran árbol que está desenraizado, flotando, como si no encontrara localización; un conjunto de cipreses en uno de los lados y, más allá, otro grupo de palmeras. “Pasan muchas cosas que se descubren con el estar y generan un tiempo de reposo durante el cual encontrar nuevos ángulos, detalles”, dice Ercole, que vive entre Argentina e Italia, y se sumó por primera vez a Bienalsur con este planteo sobre cómo se construye cultural y emotivamente la idea de paisaje. Y desde el título la instalación hace una pregunta tácita y paradojal, porque si el sol ya no existe, ¿quiénes son estos que están viendo que se cayó? En las paredes, unos pequeños cuadros colgados por debajo de la altura de los ojos, “como unas arqueologías perdidas”, muestran al sol casi como un personaje, con caras. “Me interesa cómo se involucra el cuerpo, no son cuadros que contemplamos, requieren gestos de cada uno para visualizar, agacharse, recostarse, estar activo”.

La obra no tiene momento ni lugar determinados, pero es cierto, como sugiere el artista, que “las tonalidades te llevan a un tiempo antiguo”. Los verdes de la vegetación no son del todo verdes. Y no solo por la gama sino por la textura, a simple vista, podría arriesgarse equivocadamente la materialidad de una madera. Ercole explica, entonces, su original versión del marouflage. “Pego el papel blanco sobre la tela y trabajo primero los colores como una abstracción; después viene un baño de cera y una capa oscura que tapa todo eso, lo ocluye; entonces rasco sobre esa base con materiales punzantes: agujas, virutas de acero. Ya no sé si es un dibujo o una pintura, aunque hay pincel”. Y finalmente, enlaza su propia historia con la de este paisaje: “Lo que está pasando con la obra tiene que ver con ese traslado mío, con vivir entre Buenos Aires y Roma, pensarme a mí estando acá desde mi ser de allá, cómo se cruza todo eso a nivel interno”.

Talento sub 40, con interesante recorrido artístico, Ercole realizó la obra durante un mes en su taller de San Lorenzo, un barrio periférico, “otra Roma”, como dice él, donde también montó con la curadora Benedetta Casini un proyecto para mostrar arte latinoamericano. En un espacio alternativo de 3x3, situado en una especie de garaje, se erige como “un puente entre allá y acá”. Lo de llamar Oro a esta galería es, claro, una ironía.

Comer tierra, paisajes, piedras

En este triángulo artístico (tres sedes en torno de una misma plaza, por la que los organizadores estiman que pasaron unas 1500 personas la noche de la inauguración) confluye, por un lado, la “invocación” Ecologías de contacto, en la Embajada de Brasil, en la que seis artistas indagan críticamente territorios y geografías considerados cuerpos vivos. Entre ellos, Claudia Andujar hace foco en el abrazo entre tres chicos, de espalda, que es parte de su proyecto Yanomami, reconocido internacionalmente desde que en los años 70 la activista, fotógrafa y en un sentido también antropóloga acompaña la lucha de esa población indígena. Está también en esa exposición colectiva la obra de la italiana Pamela Diamante, Le Mangiatrici di Terra, o dicho en criollo “Las cometierra”. Cualquier resonancia con la novela de la argentina Dolores Reyesprohibida en las escuelas por el gobierno el año pasado y que hace quince días saltó a la pantalla en formato de serie– es pura coincidencia. Diamante desconoce la existencia de un libro con un título que le resuena tan propio, pero abre los ojos y se interesa (“¡quiero verla ya!”) ni bien oye que se trata de la historia de una mujer que, como las suyas, vive en un estado de “resistencia diaria y arraigada”.

Así, la serie de fotografías intervenidas a la altura de la boca con un artefacto mecánico de hierro que se usa en el campo como una especie de arado indaga en la identidad sureña como estigma social y cultural. Diamante trabaja con casos reales, historias que conoció de primera mano, por referencias de terceros o en notas de la prensa, mujeres a quienes luego contactó y entrevistó. Todas le enviaron, finalmente a su pedido, un retrato (“es un factor muy importante la autorepresentación”) que la artista unificó en posproducción con un mismo tratamiento en blanco y negro. “Ella –señala un cuadro– vive cerca de Nápoles y la mafia tiró basura tóxica cerca de su pueblo, de manera que muchos de los habitantes de ese lugar se contaminaron y enfermaron con tumores”. Ese es apenas uno de los seis casos, anónimos, de un proyecto que continuará ampliándose a futuro.

Es perfecto el diálogo de estas cometierra con la videoperformance de la brasileña Lia Chaia, en la pared de enfrente. Comiendo paisajes es una antropofagia de imágenes: la artista mastica e ingiere sin prisa y con una naturalidad pasmosa impresiones fotográficas de entornos urbanos y naturales, estableciendo una relación física casi primitiva con el entorno.

Fragmento de obra en video de Lia Chaia, "Comiendo paisajes", que se expone en la Embajada de Brasil en Roma, en el marco de Bienalsur

Y si es por “comer”, ingresamos entonces en la flamante sede de la Embajada de España, al otro lado de la plaza, a través de la obra de Alfonso Borragán, que presenta el resultado de un proyecto comunitario de ingestión de piedras. Es que en esta muestra confluyen creadores de América Latina, España e Italia, todos abocados a su práctica a partir del elemento lítico. El nombre de la exposición tiene tanto de poético como de imperativo: Mi mortalidad debería conmoverte recupera un verso de “Conversación con una piedra”, poema de la Nobel Wislawa Szymborska.“ En otro pasaje se lee: ”-Soy de piedra —dice la piedra—/ Imposible perturbar mi seriedad/ Vete de aquí./ No tengo músculos para la risa”.

Literalmente hay un diálogo como el que establece la premiada escritora polaca en el video de la española Itziar Okariz, Las estatuas, donde la artista relata a un grupo de bustos dispuestos sobre una mesa una misma historia con variantes, e imagina reacciones, interpreta los silencios de esa comunicación. Durante la inauguración, una performer replicó la dinámica afuera, frente a la Fuente del Moro, en la cara sur de Navona. Qué es lo que le dijo la mujer a esos tritones de mármol es todavía un misterio.

Obra de la artista Florencia Caiazza en la Embajada de España en Roma, se presenta en el marco de Bienalsur

En el caso de la argentina Florencia Caiazza, el diálogo es táctil, entre sus manos y unas esculturas de yeso, y parte de la observación personal que la artista hizo de cómo su pequeña hija se relacionaba con el mundo mucho más a través de este sentido que, por ejemplo, la vista. Proyectado como un video en loop de dos minutos, se puede apreciar en una pared interior de la sala a la vez que en el frente del edificio, a la calle.

En suma, una docena de trabajos ponen en cuestión la relación entre el cuerpo humano y las piedras, de distintas formas. Coinciden en el aspecto volcánico la obra de la italiana Verónica Bisesti, disección de una oscura obsidiana que antiguamente se creía que podía reflejar no solo los cuerpos humanos sino también los espíritus (frente a ello, la curadora recuerda apropiadamente el criterio rector de la “invocación”), y la de Jon Cazenave, que imprime como fotografías sobre piedra y vidrio su investigación sobre la actividad del Etna, empleando pigmentos de la intempestiva montaña ardiente que es sinónimo de Sicilia.

Entre tanto más, no puede pasarse por alto la elocuente experiencia que trajeron desde Barcelona Matteo Guidi y su compañera canadiense Giuliana Racco, con el título de Leish la’a que quiere decir ¿Por qué no? Este video de poco más de media hora documenta el movimiento de una enorme roca de construcción de 24 toneladas, desde su extracción en una cantera de Hebrón, en Cisjordania, hasta su llegada a puerto catalán, una odisea que al juicio de cualquiera podría estimarse larguísima y dificultosa, aunque lo es muchísimo menos si se la compara con el movimiento de un joven menudo, también palestino y de tan solo 64 kilos, que como tantos busca obtener un visado de artista para cruzar a Europa. “Evidentemente ya se sabe que la piedra va a ganar, aunque sea pesada no se va a hundir y llegará a destino porque es mercancía: hay un factor económico en el medio, de entre dos y tres mil euros en este caso. A él, mientras tanto, le rechazaron dos veces el papeleo, tuvo que volver a aplicar y llegó con retraso de dos meses y medio”, cuenta Matteo Guidi presente en la sala de la embajada de España junto Ibrahim Jawabre, el hombre en cuestión, que tantos años después vive ahora en Jordania. Los dos se reencuentran en esta oportunidad en Italia a instancias de Bienalsur. Al final, habrá que creer que todos los caminos conducen a Roma.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/otros-habitantes-del-mundo-la-relacion-de-lo-humano-y-lo-no-humano-en-la-perspectiva-de-bienalsur-nid13112025/

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