Un viaje cinematográfico hacia los confines del mundo
“A quien no medita le gusta, por lo general, vivir con emociones; a quien medita, en cambio, sin ellas. Al meditar se descubre que a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todaví...
“A quien no medita le gusta, por lo general, vivir con emociones; a quien medita, en cambio, sin ellas. Al meditar se descubre que a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todavía más, que todo lo que le añadimos la desvitaliza”. La cita corresponde al autor Pablo d’Ors, en su libro Biografía del silencio. Y esa palabra, el silencio, con todo su significado a cuestas me remite inexorablemente a las dos experiencias devenidas en documentales que dos artistas de distintos universos hicieron a partir de sus viajes al Ártico. En busca de eso: del encuentro consigo mismo, de la austeridad, la soledad, el silencio, la nada. O el todo. Por un lado, Errante: la conquista del hogar, de Adriana Lestido, fotógrafa, escritora, directora; por el otro, Diario Ártico de Nicolás Sorín, compositor, músico y productor musical. Contemporáneas solo por esas leyes del azar que gobiernan y que poco podremos entender, ambos artistas buscaron en el lugar a donde señalan todas las brújulas, a las auroras boreales, a los confines, al blanco, al viento, a la inspiración pero, más que ninguna otra cosa, a ellos mismos. (Recomendación: mirar en el mapa y encontrar los lugares por los que pasaron ambos).
“Mientras estudia cine en los 80 se inicia en el fotoperiodismo, pone el cuerpo al registrar la violencia de la calle: en dictadura durante una manifestación fotografía a una madre de Plaza de Mayo con su hija en brazos y se convierte en ícono de Derechos Humanos. Después siguen sus series sobre la infancia, las presas, el amor, las mujeres, donde da cuenta de las soledades más íntimas” repasa Guillermo Saccomanno en el prólogo que escribió del diario que Adriana Lestido llevó en ese casi año y medio en el Polo y que publicó luego, La conquista del hogar.
Esas soledades íntimas que palpó durante décadas de alguna manera habían terminado, necesitaba cambiar de foco y fue así entonces que comenzó a idear con la Antártida. Imágenes que no tendrían presencia humana. La naturaleza desplegada. Llevó un diario que luego el escritor y amigo personal de ella, Juan Forn, se encargaría de editar. Pero el blanco había quedado pendiente, su viaje terminó siendo a la isla Decepción –el lenguaje se ocupa de hacer sus propias metáforas–, que por ser una isla volcánica es negra.
“Después de viajar a la Antártida en 2012, de hacer la serie fotográfica Antártida negra y de publicar el diario del viaje en 2017, tuve claro que de alguna manera había llegado a un límite con la fotografía, necesitaba un nuevo lenguaje expresivo. Concretamente el movimiento en la imagen y su sonido. Por otra parte hacía mucho que quería ver las auroras y registrar su realidad, tal como se ven. En diciembre de 2018 me invitaron a Berlín a exponer la serie de la Antártida y saqué por mi cuenta un pasaje a Tromsø, un pueblo al norte de Noruega donde es posible verlas. Estuve un mes en una cabaña sobre el mar, pleno invierno. Pude verlas, pero más allá de su magia y belleza me pasó algo muy fuerte físicamente por estar tan cerca del polo magnético de la Tierra. Allí decidí viajar, estar en todas las estaciones alrededor del Círculo Polar Ártico y pasar largas temporadas. Y, fundamental, viajar sola, sin compañía ni producción ni equipo técnico de apoyo. Lo importante para mí fue la experiencia vital, más allá de lo que pudiera derivar expresivamente de ella. Abismarme en soledad en lugares extremos y desconocidos, cerca del imán del planeta. Sentí que los viajes serían la herramienta que me ayudaría a llegar más hondo internamente”.
Así que vendió su casa para financiar el proyecto y se aventuró a un viaje que comenzaría a principios de 2019 y se extendería, pandemia de por medio, hasta mayo de 2020. Nuevamente, Lestido llevó un diario y atravesó las cuatro estaciones. “Quizás no se trate de la aurora boreal. Sino de esa otra luz que va a iluminar lo que hasta ahora estuvo en sombras”, escribe en el comienzo en su diario.
Para ambos artistas, el punto de partida polar empezó en la Antártida, otra casualidad. Nicolás Sorín, cada cinco años parece que busca el frío. Que ese rigor, esa crudeza lo invita a mantenerse en movimiento. En 2013 viajó a la Antártida por primera vez y compuso la Sinfonía Antártica. Cinco años después volvió a componer el segundo movimiento de dicha sinfonía. Y en 2024 partió rumbo al tercer viaje polar, tenía en su mente la Sinfonía Ártica. Y lo que también se convertiría en su película Diario ártico, una crónica musical. De Buenos Aires a Estambul, luego a Oslo, después Kirkenes, y por fin a Nourgam. Pero falta, un trayecto en auto de 15 km por la nieve, en el que no se ve prácticamente nada –el auto que lo guía va delante abriendo paso entre la nieve– y los nueve kilómetros en moto hasta llegar a la cabaña, su refugio gélido en el que podrá empezar a componer. “Son cuatro o cinco días hasta llegar a destino”, dice él mismo en su documental entre aeropuerto y aeropuerto con puertas de aviones que se congelan, días sin dormir.
“Venía de un año muy abajo, muy triste y de alguna manera los polos, la Antártida en su momento, y luego el Ártico es ir lo más lejos y blanco posible. Y eso me ayuda, o de alguna manera es un escape que encuentro. Al final fue la mejor decisión que podría haber tomado. Parecía que no era el momento para meterme en una cabaña solo en la mitad de la nada y fue el mejor reset. Salió bien por suerte. Fui a buscar la soledad absoluta para encontrarme, para aflojar el ruido. La música fue casi una excusa. No pensé que iba a terminar siendo una película, de hecho iba subiendo algunas cosas a las redes porque la gente se copaba con los lugares y también guardaba cosas para mí. Por eso el formato vertical, si hubiese sabido que terminaba en un documental lo filmaba horizontal. Pero lo lindo de todo eso es que se hizo con honestidad, sin pensar en qué se iba a convertir. Por eso, cuando llegué a casa me puse a editarlo, a organizarlo cronológicamente y sentí que había una peliculita. Y terminó siendo una especie de bitácora de viaje”, cuenta Sorín, con un legado familiar cinematográfico importante, su padre es el cineasta Carlos Sorín. Y claro que había una película.
Se encontró con un desierto de nieve, desolador, triste, los árboles en solitario. La luz es mínima. En medio de su registro audiovisual, con su teclado infaltable al alcance de su mano, visualiza a los árboles pelados como si sus brazos fueran similares a los cuernos de los renos, estáticos. “Remiten a la soledad, como un recuerdo”. Su película tiene de todo, reflexiones, grandes composiciones, momentos divertidos con un amigo que se anima a tirarse a las aguas más congeladas del mundo en el océano Ártico sin siquiera tener toalla, visitas inesperadas como la de su mujer, la música Lula Bertoldi, que llega hasta esos confines de sorpresa, comidas espectaculares, encuentros musicales.
El blanco es total. Las caminatas le congelan las cejas, las pestañas y los párpados. Hay renos, alces, las temperaturas oscilan entre los 20 y los 34 grados bajo cero: “Son muy poquitas cosas las que pasan aquí durante el día, muy poquitas, son 3 o 4 cositas, en general, pero son un montón las que me pasan en la cabeza”, dice en medio de su documental, en una de esas caminatas reveladoras.
Dedicado siempre a la música, estudió en Berklee College of Music, escribió músicas para cine y para conciertos sinfónicos. Y desde hace un tiempo además se abrió esta rama que tiene que ver con los viajes, con sacarle música a la naturaleza y registrarlo. ¿Tiene notas musicales el viento? En febrero de este año estuvo en Salta, en la Puna, y escribió la SinfoNoa. Y hace apenas un mes volvió del Canal de Beagle, luego de estar 20 días en un velero componiendo la Sinfonía del Fin del Mundo. “Son buenas excusas para viajar y llevarme papel pentagramado, un tecladito e ir registrando”.
Por ahora, Diario Ártico se encuentra en modo festivales así que aún no está disponible para ver, pero habrá que estar atentos para no perderse ese viaje.
El otro viaje al Ártico, el de Lestido, fue también para encontrarse. “La conquista del hogar se refiere al hogar interior, al lugar que nos pertenece, que creo que se puede llegar a conquistar a lo largo de una vida, con suerte y trabajo duro. De “errante” me gusta la doble acepción del término: vagar y equivocarse. Creo que el hogar propio se conquista vagando, soltando el control, equivocándose, aprendiendo”.
¿Y si perdiese todo aquello que realmente quiero? ¿Hasta dónde me hundiría? ¿Podría soportarlo? ¿Cómo puedo recordarme a mí misma que esta es mi vida, mi única vida? ¿Cómo? En medio de Errante, que Lestido dividió por las estaciones del año comenzando por la primavera y terminando también en ella, insertó citas como la de Doris Dörrie: “desde el comienzo tuve claro que incluiría citas como hilo conductor y que estas tendrían que pertenecer a lo que me llegara durante el proceso de gestación de la película. Siempre estoy atenta a lo que se presenta cuando estoy trabajando. Creo en la importancia de lo que surge cuando se está inmerso en un proceso creativo. Ya sea por asociación, por accidente, por azar... La idea previa es la imagen base para lo que pueda surgir. En ese sentido, entonces, me interesa que lo que me llega y siento se relacione con lo que estoy haciendo. Concretamente, las citas pertenecen a libros que leí en los viajes y a canciones, películas, textos que me llegaron mientras editaba la película”.
Su extenso viaje hizo base en Noruega: Tromsø, Sekkemo, Cabo Norte (el punto más septentrional del continente europeo), las Islas Svalbard –el lugar habitado más cercano al Polo Norte–, e Islandia. “Salvo en Svalbard, donde no fue posible tener auto porque los lugares donde podía recorrer sola eran muy limitados (en las islas hay más osos que personas), en todos los demás viajes alquilé un auto y así fui recorriendo y parando donde algo me atraía. Me paraba a contemplar y a grabar. Las tomas fueron siempre largas, mínimo un minuto. Después en la edición fui definiendo la duración de cada una, promedio 40 segundos. De alguna manera las tomas fueron contemplaciones visuales y eso quise reproducir en la película. Que se entrara en la imagen y se viera más allá. Que fuera un viaje interior, como lo fue para mí. “Ver afuera para ver adentro”, como dice mi admirado Robert Frank. Eso quise transmitir en la película”.
Como si de repente Lestido nos invitara a contemplar, a participar de este evento inusitado, en el que nos convertimos en especie de prisma por el cual el blanco pasa y se transforma en infinitas posibilidades. “En los viajes al Ártico fui nuevamente al blanco y esta vez, más allá de estar en lugares blancos, sentí que pude llegar. El blanco de alguna forma como símbolo de la muerte, de la nada que permite el renacimiento, la transformación. El blanco como final y principio. El blanco es la luz. Todos los colores están en el blanco, las diferentes ondas de los colores que componen la luz del sol al reunirse dan el blanco. Y contrariamente a todos mis trabajos anteriores en blanco y negro, que siempre amé por ser más medular, esta vez quise color. El color está presente en la película y en las fotos que hice (son dos libros, los diarios y el libro de fotos). Y está en la esencia de estas imágenes, en el verde de las auroras, el ocre de la atmósfera, de la tierra, el azul del mar, el amarillo de los rayos oblicuos sobre una montaña. Un color desaturado, como es el color en los confines de la tierra, pero color al fin. Me gusta que por el clima polar se sienta un poco monocromo y que de tanto en tanto aparezca el color. Como en los sueños”.