Valentina Bassi: “No quería exponer a mi hijo, pero entonces empecé a ocultarlo”
Tiene una sonrisa amplia, de esas que iluminan. Habla despacio, hace chistes y mantiene intacta la frescura con la que, desde hace años, cautiva a las cámaras y los reflectores. Pero aunque fuero...
Tiene una sonrisa amplia, de esas que iluminan. Habla despacio, hace chistes y mantiene intacta la frescura con la que, desde hace años, cautiva a las cámaras y los reflectores. Pero aunque fueron muchos los papeles que Valentina Bassi encarnó en cine, teatro y televisión, en ninguno se sintió tan expuesta como en el de Presente Continuo, la película que protagoniza junto a su hijo Lisandro dirigida, a su vez, por Ulises Rosell, su exmarido y padre de su hijo.
“Es un biodrama”, dice Valentina, ese género innovador que cruza ficción y realidad sin dejar claro cuál es el límite que divide ambos territorios. Una propuesta que la actriz define como “artesanal y frágil”: mostrar el día a día en la vida de un chico de 17 años con autismo. Además de ganar una Mención Especial en la Competencia Oficial Argentina y el Premio del Público a Mejor Largometraje en la edición 26 del Bafici, Presente Continuo está en cartel en el Malba (los sábados, a las 18 horas, hasta el 2 de agosto) y genera charlas y debates de los que Valentina participa entusiasmada luego de cada proyección. “Más que sobre el autismo, para mí es una película sobre el amor”, asegura.
-¿Cómo aparece la idea de hacer esta película?
-La idea me la trae Ulises , el papá de mi hijo. Él es cineasta y está muy acostumbrado a filmar en la adversidad, a filmar en el caos. Es lo que mejor le sale. Entonces, cuando me dice que quiere filmar a Lisandro, no me pareció raro de su parte. Pero aunque él esté familiarizado, a mí me parecía que esta vez había un gran impedimento porque iba a filmar a nuestro hijo, entonces había algo de mucha exposición. Yo creo que es mi trabajo más íntimo, el más expuesto de todos los que hice desde que empecé. Entonces había ahí como una cosa rara. Y después, estaba la pregunta de cómo la iba a pasar Lisandro: ¿cómo se hace una película con un adolescente que no sigue directivas? Yo no entendía, no podía entender cómo se podía hacer. Y bueno, al final lo único que había que hacer era seguirlo a él.
-¿Tardaste mucho en aceptar?
-No, al toque le dije que sí, había algo de confiar en Ulises y en su mirada. Entonces le dije “sí, bueno, probemos”. Siempre era “vamos a ver si hay una peli, por ahí es un corto, por ahí es algo para nosotros”, era cuestión de probar. Lo que Ulises me decía era: “Yo quiero filmar a Lisandro, me conmueve mucho el pasaje de niñez a adolescencia, no me quiero perder eso, quiero tener un registro”. Todo ese proceso fue hermoso.
-A partir de la película y de todo lo que empezó a pasar, las charlas, los debates, ¿vos empezaste a hablar más del tema?
-Yo había empezado a hablar un poco tímidamente cuando le empecé a dar aceite de cannabis a Lisandro y empecé a blanquear un poco su condición, pero en general evitaba hablar un poco del tema. No soy una persona que hable mucho de su vida. Pero bueno, después cuando hicimos esta película...
-No te quedó otra: de hecho, mencionaste que encarna el género biodrama.
-Sí, es como la poesía metida dentro de la vida, o al revés. Es una mezcla.
-¿Lisandro entendía de qué se trataba el proceso mientras lo hacían?
- En Presente Continuo no se entiende qué es ficción y qué es realidad, y eso es algo que siento que le pasa a Lisandro muchas veces. Él me acompaña a teatros desde que tiene dos años. Y yo siempre me pregunto: ¿entiende el límite de la ficción? De hecho, es la pregunta que desde sus dos años me hacen. Siempre me preguntaban si tenía el famoso “juego simbólico”, que es esto de darle de comer a un muñeco, por ejemplo, imaginar, jugar a que es un niño real, pero sabiendo que no lo es… Jugar a la ficción, ¿no? Bueno, eso él no lo tenía.
-¿Qué viste que te hizo consultar con un especialista?
-Lisandro tenía un lenguaje raro. No puedo decir que no hablaba, porque hablaba, pero no se le entendía nada. Y tenía mucha diferencia con los chicos de su edad, que ya se podían comunicar con el lenguaje mucho mejor. Él no, Lisandro se comunicaba con otras formas y no con el lenguaje. Esa fue la primera señal. Y después las estereotipias que son los “aleteos” con los brazos, tenía cosas así que nos llamaba la atención, pero por otro lado se conectaba, miraba los ojos, era súper despierto, se reía…
-¿Y cómo siguió todo después de ver esos signos?
-Bueno, al principio era todo un poco confuso, hasta que en un momento nos dijeron que teníamos que sacar el certificado de discapacidad y eso ya marca un quiebre.
-¿Un terapeuta se los dijo?
-Sí, nos dijo: “No sabemos si tiene autismo. No sabemos muy bien qué tiene, pero es necesario que empecemos a trabajar”. Me parece que es un poco así con los niños pequeños. Muchos dicen que los diagnósticos se escriben con lápiz, porque no se sabe si luego se va a ir manifestando la condición o no, si por ahí simplemente era que necesitaba más tiempo, o tenía solo un trastorno del lenguaje, por ejemplo. Como no se sabe muy bien, lo que se aconseja es empezar con las terapias de apoyo y ver qué va pasando. Y bueno, en Lisandro, con el paso del tiempo, se fue manifestando su condición.
-¿Cómo cambió tu vida desde entonces?
-La vida se te modifica mucho cuando tenés un hijo con discapacidad, inevitablemente. Yo hablo con muchas mamás y todo da un giro de 180 grados. Porque primero que nada, tenés que entender que tu maternidad no es la que pensabas que ibas a tener. Es lo primero que tu cabeza tiene que entender. Ya no te podés usar de referencia a vos misma: las cosas que a vos te gustaban cuando eras chica se las querés transmitir a tu hijo, pero acá no funciona así: ni la escondida, ni la mancha, ni lo que sea. Todo va por otro lado: mi maternidad va a ser diferente, la comunicación con mi hijo va a ser diferente.
-¿Llegaste sola a entender eso?
-Sí, pero el camino mismo te va llevando. En un momento tu vida se transforma en ir a consultorios y ahí te vas dando cuenta, decís “che, esto es otra cosa”. Lo que pasa es que siempre pensás por ahí no es, ¿no? Yo creo que recién a los ocho años de Lisandro dije “esto va a ser así, así va a ser mi vida”. Porque lo vi a Lisandro con una personalidad ya muy definida y con su condición muy clara, entonces dije “esto va para largo”. Y ahí creo que empecé a acomodarme más, porque me dije “si esto va para largo, entonces no me voy a matar yendo a todas las terapias corriendo, con la sensación de estar atrasada, de que no hay tiempo”. Es muy desgastante eso, relegás tu vida, relegás tu trabajo, relegás todo… En nuestro caso, con su papá, nos ocupábamos los dos. Llegábamos a todo, resignábamos trabajos, queríamos llevarlo nosotros a la terapia. Pero fue ahí, a los ocho años, cuando entendimos y dijimos “ok, bajemos nosotros, no estamos siendo mamá y papá”. Lo que yo entendí es que no quiero ser terapeuta de mi hijo, nunca estudié sobre autismo: yo soy su mamá. Porque si lo miro como un caso o como un diagnóstico, no estoy viendo a mi hijo. Mi hijo nunca fue un diagnóstico. Es Lisandro, y tiene particularidades. Después hay otra mamá que por ahí necesita ponerse a estudiar: cada uno tiene que hacer lo que le haga mejor. A mí me sirvió siempre ser su mamá, y así es como puedo ver las cosas lindas que tiene.
-¿Como cuáles?
-Lisandro es muy gracioso y yo creo que él lo sabe. En su forma de hablar, tiene un lenguaje muy propio. Sus actitudes me hacen reír mucho, su singularidad.
-Contaste que en una época ibas con él en el subte y hablaba muy fuerte, y en ese entonces eso te daba vergüenza.
-Sí, eso fue hace mucho. Íbamos en el subte a las siete de la mañana y él hablaba muy fuerte, o distinto, y a mí me daba vergüenza porque la gente estaba re dormida, yendo a trabajar. Hoy ya no me importa nada; Lisandro entra hablando con unos agudos que ay, Dios . A la mañana, cuando vamos a la escuela, sale con unos agudos que le digo “Li, vas a despertar a la gente, están durmiendo los vecinos”. A él le gusta mucho escucharse en esos agudos, sus propios sonidos.
-Hay algo tuyo también, frente a la mirada del otro, que debe haber cambiado con el paso del tiempo.
-Sí, eso por un lado, y por otro, yo veo que la gente está más empática. Veo una mirada menos cuestionadora. Quizás sea porque ya se nota más a los 17 años; cuando es un chico se confunde mucho con un niño malcriado, que se porta muy mal. Entonces la mirada cuestionadora era muy fuerte, porque se cuestiona mucho al niño “que no sigue las normas” y a la madre “que no le pone límites”. Yo creo que ahora que está más grande se nota más, y supongo también que hay más comprensión en la gente.
-Y el tema educativo, ¿cómo fue?
-Una lucha. Fue a muchos jardines de infantes, a tres. Después a una escuela común con maestra integradora, después lo pasamos a otra escuela especial. Recién hace un tiempo llegamos al Instituto de Infancia, que es donde está ahora.
-¿En qué consiste?
-Es una escuela especial, de doble jornada. A la mañana tiene pedagogía, porque Lisandro aún no puede leer ni escribir. Escribe, pero solo las letras; todavía está en ese proceso. Entonces, a la mañana se ve todo eso, y se intenta prepararlos para la vida. O sea; cuando ven matemáticas, por ejemplo, lo que se ve es el tema de los billetes, cómo se paga algo, cómo se recibe un vuelto, buscan prepararlos para que puedan manejarse en un futuro, que puedan ir a comprar algo. Y después, a la tarde, les enseñan oficios: a hacer jabones, velas, ahora están con aromatizadores. Y luego, Lisandro tiene también un acompañante terapéutico que lo lleva a hacer algunas actividades, como natación.
-¿Vos te sentís más aliviada ahora que hablás abiertamente del tema?
-Sí. Al principio quería disimularlo, pero eso no está bueno. Está bueno contar los procesos. Tenía un matete ahí, difícil de resolver. Por un lado no quería exponer a mi hijo, y por otro, no tenía ganas de dar explicaciones, pero entonces empecé a ocultarlo. Me preguntaban en la peluquería: “¿Cuántos años tiene?” “Ocho”. “Ah, va a tercer grado”, y yo empezaba a cambiar de tema. O si se escapaba en la calle, en la plaza, me pesaba la mirada del resto. Una vez una mujer me dijo “actriz”, como insulto, como si yo no pudiera controlarlo por eso… O tenía miedo de que si contaba que tenía un hijo con discapacidad no me convocaran para trabajar. Pero algo muy loco que pasó fue que en esa época yo estaba trabajando en La casa de Bernarda Alba e hicimos un gira, y me llevé a Lisandro, con su abuela, la mamá de Ulises. Y recuerdo que mis compañeras empezaron a decirme “qué hermoso es tu hijo”. Ellas veían todas las cosas lindas que a mí se me estaban pasando por ver lo otro. Y a partir de ahí me di cuenta de que esa era la forma de manejarse: ocultar tu hijo es espantoso, horrible, sobre todo cuando estás orgulloso, y yo estoy orgullosa.
-Con respecto al nombre de la película: Presente Continuo. ¿Qué representa ese presente? ¿Cuánto piensan ustedes en el futuro?
-Creo que el nombre estaba antes que la película. Hay algo que aparece por todos lados. Primero, que Lisandro vive en el presente y es algo hermoso lo que sucede cuando lo miro. Lo hace naturalmente, sin tener que hacer ni yoga ni budismo, él vive él aquí y ahora. Ves que está en el instante, está ahí, no se preocupa por lo que va a venir. También le armás una estructura, ¿no? Mientras tenga su escuela y tenga su familia, no necesita nada más. Y a su vez, nosotros tenemos la sensación de que Lisandro va a tener que estar acompañado gran parte de su vida, o toda su vida, que nosotros vamos a tener que cuidarlo gran parte, o toda su vida. El cuidado del día a día, para siempre, arma un presente continuo.
-¿Y vos ya te amigaste con esa idea?
-Es así, no me importa si me amigo o no, las cosas son así. Pero a mí lo del presente continuo me resuena mucho porque yo lo vivo igual: si pienso en el pasado me reprocho todos los errores que cometí, qué sé yo, que le tendría que haber encontrado antes un terapeuta, no sé. Y si pienso en el futuro me da miedo, entonces no pienso ni en el pasado ni el futuro, no me sirve, es neurosis, no me sirve para nada. Yo voy día a día, tratando de resolver.