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De Babette a Ratatouille: la gran comilona fílmica

“La comida preserva recuerdos, transmite saberes, construye identidad. Cada ingrediente encierra una historia, cada receta es un legado que atraviesa generaciones y se transforma sin perder su es...

“La comida preserva recuerdos, transmite saberes, construye identidad. Cada ingrediente encierra una historia, cada receta es un legado que atraviesa generaciones y se transforma sin perder su esencia. Por su poder evocador, el cine es la herramienta ideal para mantener viva esa memoria”, decía hace unos días Luca Cavadini, director artístico del Food Film Fest de Bérgamo, que en su duodécima edición proyectó títulos afines, entre catas de café y queso pecorino. Aunque fuera de competición, la película que terminó de animar el corazón de la Città Alta fue La Passion de Dodin Bouffant (El sabor de la vida, en su anodino título local), de Trần Anh Hùng: una obra que confirma hasta qué punto cine y gastronomía pueden potenciarse mutuamente, estimulando los jugos gástricos de la platea.

Basada en la novela de Marcel Rouff, la historia transcurre en la Francia de fines del siglo XIX, con Juliette Binoche como cocinera virtuosa, y Benoît Magimel, el gourmet apasionado que la corteja durante largos años. Lo suyo es una pasión contenida, cocinada a fuego lento entre lubinas al beurre blanc y otras exquisiteces (creadas, tras bambalinas, por el chef Pierre Gagnaire, tres estrellas Michelin y un breve cameo en esta cinta). Con una escena inicial casi sin diálogos de 35 minutos en los fogones, el film se despliega como irresistible banquete visual y a la vez como meditación íntima sobre el amor sereno, la vida, el paso del tiempo. Honrando el arte de “equilibrar sabores, aromas, texturas, consistencias, temperaturas”, en palabras del realizador -asimismo autor de la poética El olor de la papaya verde, 1993-, distinguido en el Festival de Cannes por su dirección en la que, para muchos, es la digna sucesora de El festín de Babette (1987).

Tras catorce años de vida frugal, Babette gana la lotería y decide gastarlo todo en preparar un fastuoso banquete francés para la comunidad que la ha acogido

Pura dicha gastronómica: eso es El festín de Babette, de Gabriel Axel, adaptación del cuento de Karen Blixen, cuya protagonista es una cocinera francesa que huye de la Comuna de París y acaba sirviendo en un pequeño pueblo danés marcado por la austeridad luterana. Tras catorce años de vida frugal, Babette gana la lotería y decide gastarlo todo en preparar un fastuoso banquete francés para la comunidad que la ha acogido. El exuberante y aromático resultado —célebres codornices en sarcófago incluidas— contrasta con la rigidez protestante al celebrar la cocina como un acto de comunión capaz de reconciliar diferencias. No hay antología de mejores películas referentes a la comida que no la sitúe en los primeros puestos: palabras mayores dentro del género.

También Big Night (1996), codirigida por Stanley Tucci y Campbell Scott, merece figurar en ese podio. Ambientada en la costa este de los años cincuenta, Primo y Secondo —Tony Shalhoub y el propio Tucci— son dos hermanos inmigrantes con visiones opuestas sobre la cocina: para uno es arte, para el otro negocio. El gran banquete que preparan para salvar el restaurante culmina con el timpano: un timbal monumental de pasta, carne, huevos y queso que condensa, en capas, la ética del oficio y el respeto por la tradición. Tradición es lo que, asimismo, enaltece el padre nutricio de Comer, beber, amar (1994), comedia dramática de Ang Lee. Aquí el señor Chu (interpretado por Sihung Lung), chef retirado de Taipéi, es un viudo que cría solo a sus tres hijas, con quienes se comunica casi exclusivamente a través de ágapes dominicales, casi una liturgia rítmicamente elaborada que pone de manifiesto afectos y tensiones.

Bien podría figurar en la selección de Alix Lacloche una escena memorable en la que, entre pícaras miradas, Albert Finney -en la ocasión, aventurero libertino- y Joyce Redman -la lujuriosa criada- devoran un pollo con tal regodeo, que la cena se vuelve pura prefiguración erótica

El cine animado de Hayao Miyazaki abunda en escenas donde la comida trasciende el decorado para volverse un ingrediente narrativo: cocinar como gesto de comunidad y ternura. Ahí están el pastel de arenque y calabaza que Kiki lleva con tanto esmero en Entregas a domicilio; el banquete maldito de El viaje de Chihiro; la sonrisa radiante de Ponyo al descubrir un trozo de jamón en su cuenco humeante de ramen. De tan visualmente apetecibles, los platos de estos y otros films del estudio Ghibli pueden saltar a la mesa a menudo gracias a propuestas como La Cuisine dans Ghibli, del chef Thibaud Villanova, un libro que traduce en recetas domésticas estas preparaciones ofrecidas en esas cintas.

En YouTube y en redes, numerosos tutoriales invitan a recrear viandas del cine en fogones caseros. Distinto es el caso de la cuenta de Instagram @CuisineAndCinema, de espíritu recopilador, donde la cocinera y diseñadora gastronómica Alix Lacloche se limita a rescatar escenas de películas. En esta ecléctica panzada de referencias servidas con rigor de archivo, habemus el desayuno mínimo y ultrasaludable que la mucama le alcanza a Meryl Streep en La muerte le sienta bien, de Robert Zemeckis; Robert De Niro pelando un huevo con uñas inquietantemente afiladas en Corazón satánico, de Alan Parker; o Cher cortando sándwiches con forma de estrella que exasperan a su hija Winona Ryder en Sirenas, de Richard Benjamin.

Bien podría figurar en la selección de Alix Lacloche una escena memorable en la que, entre pícaras miradas, Albert Finney -en la ocasión, aventurero libertino- y Joyce Redman -la lujuriosa criada- devoran un pollo con tal regodeo, que la cena se vuelve pura prefiguración erótica. Sucede en Tom Jones (1963), de Tony Richardson, sobre la clásica novela por entregas de Henry Fielding del siglo XVIII; una cinta que supo destilar brío, humor y sensualidad con actores guiñándole el ojo al público, travesuras de montaje, un ritmo trepidante y un sabor a libertad que burlaba la censura con desparpajo.

También Juzo Itami entendió el apetito cual rito erótico, transmitido con humor y exceso en su film Tampopo (1985). En esta comedia, una viuda pobre busca perfeccionar su ramen con la ayuda de un camionero con aspecto de vaquero, pero en torno a este relato, gravitan historias satélite que, en cierto modo, calzan justo con aquello que anotase el filósofo Roland Barthes en El imperio de los signos: comer (en Japón) no se trata de seguir un menú -o ruta de platos- sino de escoger, con un ligero toque de palillo, a veces un color, a veces otro, según una especie de inspiración. El bocado más subido de tono de esta película: una pareja que lleva la pasión culinaria al fetiche, entre crema batida sobre los pechos, camarones vivos en el ombligo y una yema de huevo que viaja de boca en boca hasta romperse en el clímax. Un ejemplo de cómo la comida se puede convertir en materia de provocación y subversión, y el hambre, en puro deseo.

El costado afrodisíaco del -para decirlo en criollo- morfi lo evidencian las codornices en pétalos de rosa que prepara la protagonista de la (mediocre) Como agua para chocolate (1992), de Alfonso Arau, que dejan a los comensales con las hormonas revolucionadas. O bien, Cuando Harry conoció a Sally (1989), de Rob Reiner, cuando Meg Ryan simula un orgasmo durante el almuerzo y la vecina de mesa, ajena al acting, le implora al mozo: ¡Sírvame lo mismo que a ella! Desde entonces, el sandwich más vendido del icónico Katz’s de New York.

El costado afrodisíaco del -para decirlo en criollo- morfi lo evidencian las codornices en pétalos de rosa que prepara la protagonista de la (mediocre) Como agua para chocolate (1992), de Alfonso Arau, que dejan a los comensales con las hormonas revolucionadas

La perfumada Chocolat (2000), de Lasse Hallström, retoma la tentación golosa desde un ángulo más liviano: un pueblito francés marcado por la moral religiosa que ve alterada su rutina cuando Juliette Binoche abre una chocolatería durante la Cuaresma. Sus bombones y tortas, demasiado irresistibles para los parroquianos, en primera instancia se vuelven símbolo de placer pecaminoso... Al revés de lo que ocurre frente al desfile de las delicias rococó de María Antonieta (2006), de Sofía Coppola, con sus torres desbordantes de champaña, macarones de colores, petits fours y milhojas inmaculados, pasteles maravillosamente decorados, que fueran suministrados para el rodaje por la célebre patisserie Ladurée, dicho sea de paso. Mientras la Revolución se cuece tras los muros y jardines de Versalles, la adolescente hastiada de la vida cortesana está decidida a no resignar los placeres de su vida secreta en habitaciones del palacio...

Ignorando la discreción que exige la vida de ratón, Remy busca ingredientes frescos y hojea el recetario de su ídolo humano, el chef Gusteau, alentado por su máxima inclusiva: la cocina está al alcance de todos

Bajandole la intensidad a las hornallas, a veces la comida es sinónimo de amor puro, como recuerda el tímido y torpe beso entre La dama y el vagabundo (1955) de Disney, cuando los enamorados perrunos comparten un plato de spaghettis con albóndigas en un callejón, en una graciosa escena romántica del cine animado. Aunque si de cocina y dibujitos se trata, se impone hablar de Ratatouille, de 2007, sobre un roedor de olfato y gusto prodigiosos que no se conforma con los deshechos que hurga su clan en la basura. Ignorando la discreción que exige la vida de ratón, Remy busca ingredientes frescos y hojea el recetario de su ídolo humano, el chef Gusteau, alentado por su máxima inclusiva: la cocina está al alcance de todos. Tomando la frase al pie de la letra, el talentoso animalito encuentra en el aprendiz Linguini a su cómplice furtivo. Y se acaba consagrando (en las sombras, no deja de ser un ratón en un restaurante) gracias al crítico más temido, Anton Ego, que se desarma de emoción al probar su ratatouille: un simple y evocador bocado basta para que la avalancha de recuerdos devuelva a la añorada infancia. Para el consagrado chef Ferran Adrià, la mejor película sobre cocina de la historia.

A modo de postre, dos piezas ligeras: la romántica Sin reservas (2007), con Catherine Zeta-Jones padeciendo el estrés de la cocina hasta la llegada de su subjefe, el galán Aaron Eckhart. Y Julie & Julia (2009), con Meryl Streep encarnando a la mítica Julia Child, y Amy Adams, bloguera gourmet, peleando contra las más de 500 recetas de su libro El arte de la cocina francesa.

“Tomate, pepino, pimiento, cebolla, una puntita de ajo, aceite, sal, vinagre, pan duro y agua”, enumera Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988, Almodóvar), obviando el ingrediente extra de su receta de gazpacho: ese puñado de somníferos que deja a medio reparto desmayado. Un sopa espesa fresca, insólitamente barbitúrica, aunque la palma de la indigestión se la lleva La gran comilona, de Marco Ferreri, que atragantó de impresión a tantísima gente con su estreno de 1973.

“Fuera de las comilonas, todo lo demás es un epifenómeno”, asegura Michel durante la maratón gastronómica suicida

Trata sobre cuatro amigos —Marcello Mastroianni, Philippe Noiret, Michel Piccoli y Ugo Tognazzi— que, sin motivos aparentes, se encierran en una mansión con el propósito de atiborrarse hasta literalmente morir. Enormes raciones de paté de pato y de jabalí, ensalada niçoise, borsch, pierna de cordero al spiedo à la Solognette, pissaladière provençale: el exceso marca la pauta en esta cinta leída como sátira corrosiva de la sociedad de consumo y de la burguesía “bien pensante”. “Fuera de las comilonas, todo lo demás es un epifenómeno”, asegura Michel durante la maratón gastronómica suicida.

Hasta aquí este menú degustación, de ningún modo exhaustivo, sobre la fusión de dos artes donde, además de hacer agua la boca, la cocina se vuelve sátira, fetiche, rito familiar, pasión, memoria. Y en el mejor de los casos pura felicidad, beneficioso disfrute porque, Gabriel García Márquez dixit, “el amor es tan importante como la comida, pero no alimenta”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/de-babette-a-ratatouille-la-gran-comilona-filmica-nid07092025/

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