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El conmovedor relato de un matrimonio que sobrevivió a la masacre en el Bataclan escondido entre los asesinados

Viernes 13 de noviembre, 2015. Era una noche normal en París y, para muchos, inauguraba el fin de semana. Las calles estaban atestadas de gente y de eventos: recitales, bares, partidos de fútbol....

Viernes 13 de noviembre, 2015. Era una noche normal en París y, para muchos, inauguraba el fin de semana. Las calles estaban atestadas de gente y de eventos: recitales, bares, partidos de fútbol. Se acercaban las 21 y en la sala del Bataclan 1500 espectadores esperaban ansiosos a que empezara el recital. Tocaba Eagles of Death Metal (EODM), la banda californiana de rock liderada por Jesse Hughes.

Como suele pasar, no fueron puntuales. Empezaron a las 21.15. Hay varios relatos sobre los 40 minutos de euforia entre ese momento y las 22.50. La gente que iba y venía, se movía de adelante atrás, de un lado al otro, iban a comprar cerveza, se separaban y se juntaban con sus acompañantes, buscaban un mejor lugar.

Hughes, el cantante repetía una y otra vez: “Are you having a good time?” (“¿Están pasándola bien?“). Nada fuera de lo normal. Tocaban la canción “Kiss the devil” (“Besá al diablo”): “¿Quién amará al diablo? ¿Quién cantará su canción? ¿Quién amará al diablo y a su canción?”. Casi terminaba el tema cuando se escucharon ruidos fuertes.

Todos los que dieron testimonio o entrevistas coinciden en la confusión inicial. Todos también coinciden en la primera impresión: debían ser petardos, algo que formaba parte del show. Pero los ruidos sobresalían por encima de la guitarra, el bajo, la batería. Enseguida se dieron cuenta: no eran petardos, eran tiros. Más precisamente, proyectiles de fusiles Kalashnikovs. Se veían relampagueos. Se encendieron las luces, el olor empezó a inundarlo todo: “metal”. “Y Sangre”. Así lo relatan los sobrevivientes de la masacre del Bataclan.

El escritor Emmanuel Carrère describe la situación en V13. Crónica judicial, el libro que escribió tras presenciar el juicio que se llevó a cabo entre septiembre de 2021 y junio de 2022: “En la pista había cerca de mil espectadores. Estaban de pie, muy apretujados. Cuando se lanzaron al suelo con la esperanza de escapar de las primeras ráfagas, no cayeron unos junto a otros, sino unos sobre otros. Voluntaria o involuntariamente, los de encima protegieron a los de abajo. Varios de los que se encontraban debajo han hablado del líquido caliente y pegajoso que fluía sobre ellos sin que comprendieran de inmediato que era sangre”.

Sobrevivir no fue fácil: hay quienes se colgaron de las ventanas. Otros se hicieron los muertos, se escondieron entre esos cuerpos que cayeron, heridos, muertos o vivos, a los que hace mención Carrère. Otros lograron entrar en el vestuario de la banda, mantenerse en silencio y a la espera. Otros fueron rehenes.

Entre el primer grupo estaban Nicolas y Valérie, un matrimonio que, como muchos más, habían ido a disfrutar de un recital de rock, un viernes por la noche.

Nicolas y Valérie

Esa era la primera salida juntos desde que se convirtieron en padres, siete meses antes. Estaban eufóricos, como la mayoría. Tomaban algo en la barra, cerca de la entrada, volvían a la pista. Bailaban y cantaban. Y también como la mayoría, escucharon de golpe ese traqueteo que todos mencionan.

“Esperaba ver cosas como, no sé, un show de drag queens en el escenario, un espectáculo increíble, algo gigante”, contó ella sobre lo primero que pensó tras los disparos que, al principio, no reconoció. Pero la emoción duró poco: “Pude ver llamas que provenían de tres o cuatro siluetas. Alguien encendió la luz. Lo miré a Nicolas, vi que se puso pálido . Podía ver piernas, brazos, manos, torsos. Intentaba meterme debajo de todos para esconderme”.

Nicolás completó el relato: “Nos tiramos al suelo, nos hicimos los muertos. No sé cuánto tardamos en reaccionar, pero nos tiramos al suelo”. Todos hicieron lo mismo en esa zona. Arriba, donde estaban las plateas, los balcones, otros se escondían detrás de las butacas. Muchos lograron, rápidamente, meterse en salitas, baños, distintos lugares que daban sensación de seguridad.

Estuvieran donde estuvieran, se oía lo mismo. Un espectador había empezado a grabar el concierto, y llegó a capturar dos horas, 38 minutos y 47 segundos, que, como sigue contando Carrère, fue el tiempo que duró el atentado, desde la irrupción del comando hasta el asalto final.

En el juicio, sin embargo, solo hicieron escuchar 22 segundos. El escritor comenta respecto de esto un diálogo que mantuvo con una sobreviviente en el contexto del juicio: “No es suficiente. Si es para que nos hagamos una idea de lo que fue, no basta. No es casi nada”. Hubo 258 detonaciones en ráfagas y también tiros sueltos durante los primeros 32 minutos.

“Nos dispararon durante... ni sé cuánto. Puede haber sido un minuto, 10 minutos, es lo mismo. Sé que contuve el aliento —recordó Nicolas—. Nos hicimos los muertos, era nuestra única opción. De pronto, los disparos pararon, y volvimos a respirar. Pero enseguida escuchamos un ‘clic’ y comprendimos que el terrorista estaba recargando el arma. Ese era el peor momento".

Otro recuerdo generalizado: escuchar el silencio y después el ruido del cargador. Pensar, mientras tanto, que ese silencio representaba el puntapié para escapar, salir corriendo.

Modo supervivencia

Pero no había espacio ni tiempo para que se animaran, para que se levantaran de entre el montón de cuerpos caídos y se largaran a la carrera. Además, el miedo era paralizante. “Después hubo un olor a pólvora, nunca lo voy a olvidar. Es un olor muy característico: arranca suave, pero cuando se te mete en la nariz, te arde”, describió Valérie.

En el momento, los dos tenían una sola cosa en la cabeza: su hijo, Joseph, de siete meses. Nicolas se daba fuerzas: “No puede pasar esto. No lo permitiré, me niego a dejarlo huérfano”. Y su esposa se obligaba a no pensar demasiado. Era consciente de que si cedía a eso mentalmente, no iba a poder mantener la calma.

Los sobrevivientes que estuvieron escondidos en los balcones contaron, varias veces, que desde la altura podían ver el infierno que era la pista, algo que uno de los policías que entró con el equipo SWAT llegó a describir como dantesco. Ahí, en esa especie de fosa que se formaba en el espacio del salón, la técnica era la misma para todos: agacharse, arrastrarse, intentar salir.

Sabían que, si se levantaban, iban a fusilarlos. Nicolas detalló: “Recuerdo que una chica empezó a rogarles: ‘Paren paren, no pueden hacer esto’. La mataron. Recuerdo que un hombre los insultaba: ‘Desgraciados, hijos de puta’, y demás. Lo asesinaron. Sonaban muchos teléfonos, cuando uno sonaba, a menudo seguía un disparo. Tuve suerte, el mío estaba en modo vibración.

En un momento, el jefe de seguridad del Bataclan, Didi, vio que dos terroristas subían. Aprovechó, corrió hacia una salida de emergencia, cerca del escenario, e intentó que otros lo siguieran. Para algunos, funcionó. Nicolas contó que escuchó una voz que le dijo: “Vení, vamos, corré”, y que lo intentó, pero su esposa estaba a su lado.

Ella no podía seguirlo, necesitaba de su ayuda: “Intenté sostenerme con las manos, pero no me podía levantar. Él me agarró. Empezamos a correr por nuestras vidas. Estábamos en pánico. Se escuchaban gritos por todas partes, una multitud empezó a correr hacia el escenario”. Pero él vio a uno de los terroristas –se sabría después que era Samy Amimour– subido a esa plataforma: “Sentí que estaban acribillando gente, así que volvimos al suelo, en medio de la pista”.

El elegido

Ahí, sobre el escenario, el terrorista hizo algo inesperado. Mientras sus dos secuaces, Foued Mohamed Aggad y Ismaël Omar Mostefa, subían a los balcones y seguían disparando hacia abajo, Amimour cruzó mirada con Guillaume, otro sobreviviente que en ese momento se encontraba en la pista, le hizo una señal con los ojos que le indicaba que no iba a matarlo y le dijo: “Vos estás con nosotros. Levantate”. Así lo relató Guillaume en el juicio, una declaración a la que también menciona Carrère en su libro:

“‘Me hizo subir al escenario. Desde allí vi la magnitud de los destrozos en la pista’. . En aquel momento Guillaume ignora totalmente el cariz que tomarían las cosas. A las 21.59 aparecen en la entrada de la sala dos siluetas que Guillaume identifica al instante como ‘benévolas’, y no se equivoca, porque las dos siluetas son la del heroico comisario de la Brigada Anticriminal y la de su chofer, que con sus pistolitas irrisorias disparan al escenario y derriban a Samy Amimour. Guillaume tiene el tiempo justo de saltar a la sala y dirigirse hacia la salida de emergencia cuando explota el cinturón del terrorista y llueve sobre la pista un chorro de pernos, de plumas de anorak y de pingajos de carne humana“.

Nicolas agregó sobre esto: “Escuché disparos detrás y delante de mí. No sabía qué estaba pasando. Y después, una gran explosión”. Sintió una especie de ráfaga, vio sangre en todas partes. Entendió que Amimour se había inmolado. Quedaron los otros dos terroristas, que ya habían tomado a las personas que se escondían en los palcos como rehenes. Mientras tanto, la descripción que, como todo lo demás, se repite en las declaraciones: el olor a hierro, sangre y pólvora lo invadió todo.

La salida

Con la muerte de Amimour y la entrada de los policías y miembros del equipo SWAT, la pista quedó liberada. “Hasta entonces, la gente se había dejado masacrar en silencio, y empecé a creer que ahí estábamos todos muertos. Después los heridos empezaron a expresar su agonía. Tuve la impresión de que la sala se convirtió en una queja colectiva de muerte”, rememoró Nicolas.

La gente empezó a gritar, a pedir ayuda. Escucharon que alguien les decía que, quienes no estuvieran heridos, se levantaran y alzaran las manos. A Valèrie le costó creer que venían a ayudarlos: “Le dije a Nicolas: ‘No te muevas’. Pensé que eran los terroristas que querían rematarlos, que apenas nos pusiéramos de pie nos dispararían”. Eran las 22.30.

Pero él, a los minutos, empezó a erguirse. Su esposa lo siguió: “Pasamos por el bar, caminamos sobre muchos cuerpos. Muchos cuerpos”. Otros testimonios ahondan en ese momento, como el de Édith, a la que cita Carrère: “Nos hicieron levantarnos y caminar hacia la salida en fila india, con las manos en la cabeza, y nos dijeron que no mirásemos, pero yo no pude evitarlo. El enorme charco de sangre negra y espesa que seguía extendiéndose. Todos aquellos cuerpos que una hora antes estaban bebiendo y bailando. Vi el cuerpo de una muchacha rubia, preciosa, solo conservaba los miembros desencajados. El policía me dijo: ‘Siga andando, ya no hay nada que hacer’”.

Y por fin, el soplo de aire fresco. Afuera los esperaban bomberos y policías que no daban abasto recibiendo a los sobrevivientes del atentado. Tuvieron que improvisar con las vallas que cercaban el lugar y usarlas como camillas. Adentro, en el piso superior, quedaban los rehenes y los otros dos terroristas.

El final

El 14 de noviembre de 2015, una nota en el medio español El País contó cómo terminó la toma de rehenes. Eran pasadas las 12 de la noche, de afuera se escucharon siete disparos y seis detonaciones. Hacía dos horas que estaban encerrados en el Bataclan.

“Algunos de los rehenes tuvieron la sangre fría de enviar mensajes en las redes sociales contando su experiencia. Fue el caso de Benjamin Cazenoves, que a medianoche pedía a través de Facebook la intervención inmediata de la policía: ‘Hay supervivientes en el interior. Matan a todo el mundo. Uno por uno. En el primer piso. Rápido’. Media hora después daba la noticia de la liberación y de que se encontraba entre los supervivientes con solo unos cortes”, dice el artículo.

BBC News informó sobre el resto de los atacantes: “Otro fue Omar Ismail Mostefai , de 29 años y orígenes argelinos, también tenía nacionalidad francesa y fue identificado por un dedo encontrado entre los restos de la sala de conciertos. Mostefai detonó el cinturón de explosivos que llevaba dentro de la sala", explicó el diario francés Libération.

En diciembre de ese año se conoció la identidad del tercero: Foued Mohamed-Aggad, un joven de 23 años, originario de Estrasburgo, al noreste de Francia, y parte de una familia de origen marroquí. Como los demás, entre 2013 y 2014 había viajado a Siria. Allá, los tres se radicalizaron.

Su identificación se logró gracias un mensaje que le mandó la esposa de Mohamed-Aggad, desde Siria, a la mamá del terrorista. Lo contó también El País en otra nota. El texto decía: “Tu hijo ha muerto mártir con sus hermanos el 13 de noviembre”. Los tres murieron dentro del Bataclan.

Esa misma noche se sucedieron varios atentados en las calles de París: en las afueras del Stade de France, en los bares Le Petit Cambodge, Le Carillon, À la Bonne Biere, La Casa Nostra, La Belle Équipe y en el restaurante Le Comptoir Voltaire. Fallecieron, en total, 137 personas, 89 de ellas, dentro del Bataclan. Todos fueron reivindicados por el Estado Islámico.

Entre 2021 y 2022 se celebró el juicio en el que se acusó a 20 hombres de haber participado en los actos terroristas de aquel día. La mayoría de ellos, 19, fueron acusados por haber formado parte de la planificación, como el apoyo logístico antes o después, y declarados culpables. Solo uno de nombre Kharkhach fue declarado no culpable de cargos de terrorismo. Salah Abdeslam fue el único que participó activamente de los ataques. Le dieron cadena perpetua, que en Francia habilita la posibilidad de condicional después de los 30 años.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/el-conmovedor-relato-de-un-matrimonio-que-sobrevivio-a-la-masacre-en-el-bataclan-escondido-entre-los-nid13112025/

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