El rugby de hoy se asemeja al de sus orígenes, pero es diferente, más sofisticado y atractivo
Era un partido en juveniles. Pongamos que en menores de 16. Un compañero, quien quizá por condiciones, quizá por ciertas características, o por razones del destino que no sabemos explicar, juga...
Era un partido en juveniles. Pongamos que en menores de 16. Un compañero, quien quizá por condiciones, quizá por ciertas características, o por razones del destino que no sabemos explicar, jugaba de forward. Este chico, forward, habilidoso pero también atrevido toma una pelota con campo para correr. También advierte que la defensa había subido, lo cual era una buena oportunidad para hacer uso del pie. Lo hace. Entrega la posesión, o por lo menos la divide por unos instantes en que los pocos espectadores, padres y madres todos ellos, tiemblan de nervios. Bueno, tal vez no tiemblan, pero hay uno que sí, uno que siente furia. Ya volveremos con él. La jugada tras la posterior presión de todo el equipo, termina en try para nosotros. Volviendo a mitad de cancha, bidón va y viene para apaciguar la sed de la secuencia de juego, se escucha aquella voz que dejamos latente unas oraciones atrás. Esa voz era la de una leyenda del club, padre querido por nosotros, pero hombre duro nacido en los años 40 del siglo XX, de profesión forward, de espíritu forward y como consecuencia de esos ingredientes, también un hombre que iba para adelante, sobre todo con sus palabras. “¡Un forward va para adelante y nunca, JAMÁS, patea!”, dice con su voz profunda y cavernosa.
Para mal del poseedor de esa voz cavernosa y profunda, en esa época empezaron a aparecer forwards que pateaban. Ya lo hacía Zinzan Brooke, el magnífico capitán y octavo de los All Blacks de la década de 1990. Un drop frente a Inglaterra por la Copa Mundial del 95 es testimonio de aquello. Luego vino Chris Jack, segunda línea de Crusaders y los hombres de negro, que ponía patadas largas desde campo propio para arrinconar rivales, pero además ahorrar energías al resto de los forwards. Esto último lo digo en referencia a la ceremonia que se produce cuando un equipo se hace de la posesión en su campo y para encontrar el mejor perfil del pateador juega algunas fases en el contacto con sus delanteros.
Había otro neozelandés, también de los Crusaders, llamado Ron Cribb. Era octavo y sencillamente sensacional, para mí y mi generación, probablemente una vergúenza para el espíritu forward según aquel hombre de voz cavernosa y profunda. Cribb tenía, además de mucha velocidad, unas manos con las que hacía todo tipo de pases, un pie exquisito que usaba principalmente como herramienta de ataque, sobre todo rastrones por detrás de la defensa que tomaba él mismo para definir situaciones de ataque.
En el último Test Match de los Pumas ante Gales, a partir de una salida, Pablo Matera –quien paradójicamente también jugó en los Crusaders–, luego de ser beneficiado por una defensa excesivamente amistosa, eligió usar el pie para cruzar un zurdazo largo y profundo para Mateo Carreras. Ese era el primero de dos tries en los que Argentina usó el pie para atacar. Algo cada vez más presente en el juego de rugby.
El pase de Matera, una joya¡¡QUÉ LOCURA HICISTE, PABLO!! Matera rompió las líneas defensivas de Gales y luego asistió a Mateo Carreras con un gran kick. ¡IMPRESIONANTE LO DEL TERCERA LÍNEA DE LOS PUMAS!
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En el segundo try, Gerónimo Prisciantelli, ante una defensa que intentó envolver (pareció envolverse mas a sí misma que al ataque), y con múltiples apoyos posibles de recibir pase, también decidió usar el pie para habilitar a Delguy, quedó frente a una nueva chance clara de marcar cinco puntos, y si bien tuvo que trabajar con sus piernas para vulnerar al último defensor, logró sumar para los Pumas.
Francia, cuando juega Antoine Dupont, es también un equipo de temer, no sólo por la continuidad que propone su juego de manos y apoyo, sino también la imprevisibilidad del medio scrum para poner patadas que habilitan jugadores a quebrar y marcar tries.
Dominar el juego con el pie es obligatorio en 2025.
Hay palabras que me cuestan. Las escucho y las analizo. Una palabra muy usada en estos tiempos es “Involución”. Se puede escuchar en cualquier tipo de conversación. “La humanidad está involucionando”. “El rugby está involucionando”. Esta última la escuché muchas veces, sobre todo de boca de románticos que dicen que el juego se volvió estructurado y prefieren el deporte de otras épocas, donde los jugadores eran más creativos. Tengo muchas objeciones también con esa afirmación. Creo que la creatividad tiene que ver con saber y poder utilizar recursos, con poder adaptarse a situaciones y sobre todo tener más tiempo y espacio para crear algo diferente, algo que rompe con lo esperado y establecido.
La palabra involución parece más ligada a progreso. Es probable que quien la diga esté pensando que la evolución es lo mismo que el progreso, un camino cuesta arriba hacia un lugar mejor ideal. Pero la evolución es un cambio y mutación constante que pasa por diferentes estados, que al ojo finito y limitado de nuestra especie es difícil de entender.
La evolución humana, desde los primeros que enderezaron su columna para caminar, se dio gracias al movimiento y la necesidad. El hambre y la protección fueron los motores para desarrollar habilidades motrices, a la vez que desarrollamos la capacidad de recordar y proyectar. Recordar dónde había comida, pero también cómo escapar de peligros. En los miles de años desde que dejamos de ser monos, un observador podría haber pensado que estábamos involucionando. La naturaleza funciona de maneras misteriosas. El rugby también.
¡Tac!: de Carreras a PrisciantelliEl rugby desde hace unos 20 años viene teniendo cambios gracias al desarrollo exhaustivo de la técnica individual, tanto general como específica. Los jugadores pasan mejor la pelota, a velocidad, y de múltiples maneras. Los errores no forzados son, en general, menos por partido. Las secuencias de juego, por lo tanto, más largas.
La técnica ayuda entonces a tener tácticas más sofisticadas, tanto de ataque como de defensa. El rugby moderno, no solo internacional y me animo a decir no profesional, está cada vez más atento al detalle dentro del detalle. Un ataque tiene que ser muy bueno para vulnerar una defensa (ok, en ocasiones no, como en la marca del quiebre de Matera). Por eso, los jugadores empiezan a tener cada vez más recursos. El ideal de un atacante del juego de rugby es ser una triple amenaza. Un jugador que con pelota puede correr, pasar o patear y que la defensa no pueda saber cuál de ellas va a ejecutar, es exactamente eso.
Los súper atletas del rugby actual tienen que, además de ser triple amenaza, saber luchar, empujar, saltar (volar en algunos casos, como Rodrigo Isgró), y también pensar rápido. Necesidad y hambre. Movimiento, pensamiento y evolución. Me suena a la historia de la humanidad.
Es curioso que el juego, un desprendimiento del fútbol, un acto de rebeldía según la mitología de nuestro deporte, de alguien que se opuso a la convención de sólo usar el pie para levantarla con las manos y correr, hoy empieza cada vez más a parecerse a eso que fue originalmente. Se parece, pero es diferente, más sofisticado y atractivo. Más desafiante para las mentes que se devanan los sesos entresemana, pensando en cómo vulnerar a esas defensas que parecen muros.
¿Estarán pensando esas mentes en las habilidades que deberán tener quienes ingresen a una cancha de rugby en un futuro lejano?